Además del Día de los Enamorados, el 14 de febrero se celebra el Día Mundial de la Energía, instancia que nos invita a reflexionar sobre el rol de la energía en la sociedad, y generar conciencia respecto de los impactos, tanto positivos como negativos, que implica su aprovechamiento. Notablemente desde la primera revolución industrial, la humanidad ha avanzado sostenidamente en el desarrollo de sociedades capaces de mantener una mayor población, con una creciente expectativa de vida, y acompañadas de una cada vez mayor utilización de energía. Uno de los hitos tecnológicos que marcó dicho proceso fue la introducción de la máquina a vapor en distintos procesos productivos y medios de transporte, impulsada inicialmente por carbón mineral. Posteriormente, el desarrollo de máquinas de combustión interna mediante hidrocarburos, y máquinas capaces de generar, transportar y aprovechar energía eléctrica, terminaron de configurar las condiciones que condujeron al desarrollo de sociedades industrializadas modernas.
Desde entonces, con un sinnúmero de mejoras tecnológicas en el camino, la humanidad ha estado en una búsqueda incesante de fuentes de energía para mantener en operación las máquinas que sostienen el funcionamiento de nuestra sociedad. Las fuentes de energía disponibles en nuestro planeta pueden catalogarse como renovables, tales como el uso sostenible de biomasa, radiación solar y energía de los vientos y las corrientes de agua; o no renovables, que corresponden principalmente a combustibles fósiles tales como el petróleo y sus derivados, el gas natural, y el carbón. Sin embargo, la fuente original de todas las fuentes antes mencionadas es una: El Sol. La diferencia fundamental entonces está en la rapidez con que el sol y nuestro planeta son capaces de restituir las fuentes que aprovechamos y procesar sus residuos, en relación con la rapidez con que la humanidad hace uso de ellas.
Por su economía de extracción y uso, el crecimiento explosivo de las sociedades industrializadas ha sucedido en base al uso de combustibles fósiles, reduciendo las reservas planetarias acumuladas por millones de años de descomposición y fosilización de biomasa. Este patrón siempre ha tenido una fecha de expiración, ya que inevitablemente a este paso terminaríamos por consumir completamente las reservas de dichas fuentes. Sin embargo, hoy sabemos que debemos lidiar incluso antes con un problema asociado, que amenaza la estabilidad de nuestro ecosistema y la supervivencia de muchas especies: el uso de combustibles fósiles libera a la atmósfera el CO2 y otros gases de efecto invernadero que son responsables del calentamiento global y el cambio climático.
Luego, la tarea que tenemos por delante es monumental. Debemos reducir el consumo de los combustibles que son, en gran medida, responsables del desarrollo de las sociedades modernas en que vivimos, y que se han ido construyendo progresivamente desde comienzos del siglo XIX. En su reemplazo, debemos utilizar fuentes de energía renovables, que presentan desafíos de variación diaria y estacional, como la energía solar y la eólica, y que demandan el uso de materiales poco abundantes y costosos para su producción y almacenamiento. Resulta ingenuo a estas alturas pensar que podemos sobrellevar este proceso solo en base a avances tecnológicos, sin realizar también cambios en nuestro estilo de vida y sociedad. La responsabilidad de un planeta energéticamente sostenible está en nuestras manos.
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