Desde fines del siglo XIX hasta el despuntar del año 18, Balmaceda era conocida como Huemules. En 1901, en el mismo lugar donde actualmente está el poblado se instalaba a vivir el primer ocupante de tierras, Juan Antonio Mencu con su mujer y tres hijos. Después llegaría Mercedes Valdés, notable gaucho chileno del campo de Aysén, con estampa y atuendos de huaso centralino. En 1905 entró Domingo Inayao de La Unión junto a sus hijos Laureano, Gervasio y Wenceslao. Al poco tiempo le tocaría a Pedro Paichil, a Juan y Miguel Hueitra y al finlandés Federico Olof Lumberg del sector Última Esperanza. John Brooks se incorporaría como administrador de la primera estancia Huemules. En 1908 aparecen los hermanos suecos Carlos y Rodolfo von Flack, llegados del Chubut, tristemente célebres por su desacertada intervención en los luctuosos hechos de Chile Chico diez años más tarde. Llegarían para quedarse Carlos Urrieta, Baldomero Pardo, Adolfo Valdebenito, Vicente Jara y Roberto Jaramillo. Aún no fundado el poblado, los primeros vivieron sin leyes y sin comunidades ni espacios ciudadanos. Varios núcleos poblacionales dispersos comienzan a aglutinarse y se ven impelidos por la espontánea tendencia de integración social.
Es cuando se remece el aire de las pampas que destaca la figura de José Antolín Silva Ormeño, del cual se ha redundado en detalles asombrosos. Su primera instancia de comerciante en la solitaria pulpería de Lago Blanco, a la que le pone el nombre de Polo Sur y en la que todos se reúnen en torno a una estufa Volcán sorbiendo buena grapa argentina, un vermouth o una ginebra, vestidos a la usanza gaucha y jugarreteando hasta que pase la nieve y se abra el cielo. Tan fuerte es el contacto con los paisanos, que el boliche se transforma en un foco agrupacional único, donde cualquier cosa buena que se diga cobra magnánima importancia.
Balmaceda fue fundada en 1917 y su primer foco poblacional se emplazó junto al río Oscuro, en una disposición circular, como las diligencias o carretas en la época de los westerns norteamericanos. La idea la implantaría el llamado Generalísimo de las Fuerzas del Sur, don Antolín Silva Ormeño, para protegerse de los ataques a mansalva de bandoleros y matreros.
Con algunos estudios básicos de topografía ideó las manzanas y las primeras calles, mensurando con cordeles y lazos los primeros espacios, sin olvidar la primera plaza, el tímido centro cívico que abría las manos al coironal raleado y las primeras casas de madera labrada. Antes de la fundación oficial, ya había vivientes ahí. Para el 14 se integraron varios vecinos al Comité pro-Provincia de Aysén, que presidía Adolfo Valdebenito, Juez de Subdelegación, junto a los vecinos Aguilar, Melo, Schoenfeldt y Bravo. Dos años más tarde aparece la profesora Josefina Elena Méndez junto a sus tres hijos; llega Sixto Echaveguren, el virtual primer banco ganadero del territorio; las educacionistas Blanca Flor Espina y Dumicilda Medina; el contador Herman Finke, el herrero Salomón Farah, que entra con tropillas acompañando a Segundo Aravena; el primer carpintero y sepulturero Juan Ramón Contreras; Alfredo Mascareño, Timoteo Jara, Ali Haida, Emilio Cano, todos transitando por Argentina con sus viejos camiones; Pedro Sellán, Máximo Kant, Julio Chible Daas, primer pulpero oficial del pueblo, Carlos Asi, comerciante principalísimo, José Pérez Tallem con su boliche La Confianza Siria.
Y mientras este pequeño universo de pioneros brega por la vida, se escuchan los ritmos de valses y rancheras en las largas noches del Club Internacional de los Socios. Mascareño en su hotel tiene que vérselas con el bandoleraje, siendo uno de los pocos a los que respetan. Los matreros y los buscas ya están ahí, galopando cerca de la frontera: Galván, Gorra de Mono, Iribarne, Reinoso, el Zurdo Contreras, Pan y Agua, Diente de Oro, el Rubio de la Pera. Los presos son detenidos cuando hay excesos irremisibles y encerrados en la casa particular de José Pérez, ahora convertida en calabozo ocasional. Pérez vive con el Juez Guillermo Arrocet, llegado de Puerto Montt. Avelino Ehijos dirige sus grandes chatas desde la Élida o Huemules, pasando por la Nicolasa rumbo a Río Mayo. El padre adoptivo de José Pérez es un héroe de la Guerra del Pacífico, llamado Simón. Una noche tocan a su puerta y, al abrir, una daga le deja los intestinos desparramados por el suelo. Don Simón es el precursor de las bandas de música en el poblado, cuando Dumicilda Medina prepara números artísticos con sus niños en la garita vieja de la primera plaza.
Balmaceda renace con sus nombres primeros gracias a los vivientes originales. Imparten docencia a pulso Antonio Herane y Flor Espina, instalados en los cúmulos del hielo en medio de las tropas, donde reciben niños muy bien abrigados en la primera escuelita de Balmaceda. A pesar de todo, son capaces de formar los primeros grupos de scouts con una curiosa implementación de instrumentos caseros, pitos de lata y tambores de madera, luciendo medias chilotas de lana metida sobre la bastilla del pantalón, un par de zapatos de caña alta tan típicos de la época y la gran chomba de lana cruda tejida. ¿Scouts? Sí, era lo único que se podía hacer para que esa singular brigada saliera a desfilar con veinte bajo cero.
La Balmaceda de Pérez Tallem y Mencía
Sixto Echaveguren, uno de los principales ganaderos, llegaría a tener fácilmente unas 12 mil ovejas y alrededor de 7 u 8 campos. Fue de los más capacitados chateros. Hablar de la chata era referirse al instrumento de trabajo más interesante, una carreta grande de cuatro ruedas tirada por diez o doce caballos, con capacidad para transportar bolsones de lana entre Balmaceda, Huemules y Comodoro Rivadavia.
José Pérez Tallem, me recibió en su casa de Balmaceda junto a su mujer Carmen Salazar Cortés, casi al terminar la última arboleda en dirección al hito. Habían formado en ese tiempo el antiguo primer poblado como un conjunto de presencias que rebotaban directamente desde la triunfal figura de su mundo argentinado. Este colono tocó el suelo balmacedino a principios de 1913, entrando por la ruta de Lago Blanco. Poco tiempo después, levantó parte de su primera casa, y fue a buscar a su familia a San Martín de Los Andes. Cuando venía de regreso, lo pilló el peor invierno de 1914 y fue víctima de una semana infernal, con casi tres meses capeando como pudo esa tragedia que le quitó la totalidad de las dos mil ovejas que arreaba a Chile.
Un espectacular practicante de la talla de Oscar Juica en El Blanco o de la misma Julia Bon o la Mercedes Cisternas en Coyhaique, era el español Cosme Mencía. Cuando le avisaban que tenía un enfermo, olvidaba todo lo que estaba haciendo, descuidando incluso su presentación personal. Más de alguna vez sus calzoncillos largos llegaron abajo por la poca atención que prestaba a su facha cuando montaba a caballo para llegar rápido. Preparaba su pingo, ataba el viejo maletín de practicante a los tientos y montaba con premura. Para los casos de partos era asistido por su misma esposa. Este Cosme es recordado por todos por el perro Fiel que tenía. Durante su sepelio, en el cementerio, el can permaneció junto a su tumba aullando por muchos días. Escarbó la tierra con verdadera desesperación en un intento irracional por regresarlo a la vida.
La Balmaceda de los 70
Cuando era niño comprendí que los aviones aterrizaban perpendiculares al límite. Y que la pampa de Balmaceda era por sí misma el mar tranquilo de la tierra, que vive abierto a los cielos y que se abstrae y se esfuma en las distancias. Es el poblado en medio del valle de la pampa, al cual se accede por huecos libres y se sale también así, de tal manera que no hay límites ni cortes, simplemente hay un fin y un principio juntos por donde todo se controla, el clima, el tiempo que avanza y gira, la voluntad de ser de sus paisanos.
En 1970 Balmaceda ya había llegado al mundo y se parecía a Ñirehuao, con un cementerio sobre una loma inclinada y cerrado por cerco de madera labrada de tabla puntiaguda, para proteger a los difuntos. Sus manzanas, esquinas o construcciones, vivieron siempre rodeadas de álamos o sauces.
Un sacerdote llegaba todos los domingos desde la gran ciudad de Coyhaique a una pequeña capilla sin pintar, triste y oscura. Había precarios medios de comunicación, correos y telégrafo en la tenencia de los carabineros y en el aeródromo. Para ir a la gran ciudad los lugareños contaban con dos micros diarias, que dependían del arribo de los Lanes y Ladecos. El viaje en bus costaba 10 escudos. Lan cubría dos vuelos diarios y Ladeco dos vuelos semanales sobre una cancha de aterrizaje de 1.800 metros y dos pistas de ripio y pavimento.
¿En qué se trabajaba entonces en Balmaceda? Existía una vida pastoril trashumante que siempre ha movido ganado ovino en migraciones estacionales, veranada en la cordillera, invernada en valles. La agricultura, dependía de cultivos de autoconsumo en huertas y quintas, ya con instrumentos mecanizados. Por esos días una empresa constructora proyectaba el puente sobre el río Oscuro y era la misma que posteriormente levantaría el terminal del aeropuerto. Eso producía fuentes de trabajo.
Fue y sigue siendo famoso el viento en Balmaceda, un terrible y feroz viento del noroeste en forma constante todo el día con una intensidad de entre 20 y 30 nudos fijos, en medio de nubes cúmulos. De pronto irrumpía el sureste, al que los lugareños nombran el argentino y que cuando comienza a soplar y se termina el otro viento, nadie duda que aparecerá una lluvia intensa y sostenida de días.
Ir a Balmaceda era muy top porque se iba al mundo a través de ella. Era el puente con el resto del planeta, la comunicación definitiva, la puerta de todos los cielos y paraísos. Creo que eso nunca podría cambiar. Balmaceda respira ese tipo de orgullo, la sensación de ser la llave de paso, la puerta de entrada al nuevo mundo, el poder de las llaves del reino. Baste recordar que en Balmaceda la configuración agrimensora de Silva nos hace pensar que las viviendas se ubican en el centro de un valle pampero nada más que por una cuestión de mera lejanía, por ese acto de naturaleza que hace enfrentarse a la intemperie, a lo que vive escondido en un interior que es propio y que se transmite al jinete que llega a quedarse porque el encuentro con el anfitrión resulta más amable y acogedor.
El río Oscuro es el centro de la conformación poblacional que ahora avanza estructurada y anclada, no como antes que estaba en territorio argentino, al haber núcleos poblacionales aislados que vivían comunicados sólo con las comisiones de límites. Los balmacedinos se juntan hoy en las carreras, en los bingos, en las fiestas, en las celebraciones aniversarias y en los festivales. Viajan donde sus vecinos bolicheros argentinos, a imitación de sus primeros ancestros, van y vuelven enredados en las comparsas de las esquilas, acompañan a la tropa hasta que se pierden.
A ellos poco y nada le importan las imposiciones ciudadanas. Saben respirar ese orgullo del único poder que les queda: ser los dueños del llavero eterno que siempre les servirá para viajar a las desconocidas regiones de un nuevo mundo.
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