La educación es indiscutiblemente uno de los pilares fundamentales de nuestra sociedad y uno de los derechos inalienables de nuestros niños y niñas, pero pocos hacen la reflexión acerca de los desafíos que implica educar en los lugares más apartados de nuestro territorio. Lugares donde la realidad social y geográfica muchas veces es más adversa que en los centros urbanos y que requiere de la decisión vocacional de muchos docentes y el apoyo permanente de municipios y el Estado.
Hablar de educación es hablar de desigualdades. Desde el acceso a una educación de calidad, un ecosistema cultural y social habilitante, hasta la relevancia que le otorga cada familia a la formación integral de sus hijos, sin importar el lugar en el que viva y las necesidades particulares -sean físicas, cognitivas o emocionales- de cada niño y niña.
Según cifras de Elige Educar (2020), los docentes en contexto rural en el año 2019 representaron el 12% de docentes del país, y los estudiantes de educación rural corresponden a un 8% de la matrícula nacional. En este sistema, la mayoría de las escuelas rurales son constituidas como aulas multigrado (con alumnos de diversos niveles), y más de 35.000 estudiantes se encuentran matriculados en estas escuelas.
Así, hablamos de 5 mil escuelas y 25 mil profesores rurales. La educación rural enfrenta variables entre las que se incluyen recursos humanos y materiales, evaluación educacional mediante mecanismos pertinentes que consideren la identidad territorial y el respeto a cada proyecto educativo, concediéndole valor propio y un sólido vínculo con la comunidad.
Pero para mejorar y aumentar las opciones y el acceso a una educación rural igualitaria para todo territorio, es necesario no solo optar por buscar nuevas alternativas de financiamiento sino que además, y sobre todo, promover el desarrollo de proyectos innovadores, que les permitan acceder a soluciones educativas que mejoren las competencias y habilidades de sus profesores y directivos, así como que contribuyan a disponer de infraestructura y material didáctico acordes sus necesidades. No se trata de replicar pilotos exitosos, sino de adecuar la propuesta a las necesidades de cada proyecto educativo y su comunidad escolar, de forma de mejorar los aprendizajes significativos y con sentido.
Es momento de co-construir una radiografía de nuestra educación rural, desde el extremo norte hasta la zona más austral, donde viven niños, niñas y docentes, que creen en una educación igualitaria. Solo de este modo, conociendo sus necesidades, cultura y visión, sabremos implementar soluciones asertivas y puentes de colaboración reales en el sistema escolar.
Por último, atender a un síntoma que no deja de ser significativo y transversal a lo largo del país, que dice relación con la alta migración que se produce desde las zonas rurales a las urbanas, donde la principal causa puede ser, sin lugar a dudas, la falta de oportunidades y expectativas que se generan los estudiantes que aspiran a saber más y lograr un mayor desarrollo tanto personal como laboral, provocando con ello efectos tales como un desarraigo temprano obligado, la desvinculación con sus lugares de origen, limitación en el potencial de desarrollo de las zonas urbanas comprometidas, y una excesiva centralización.
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