La magia del sur también está padeciendo las consecuencias de la contracción financiera y los efectos de la ley de la oferta y la demanda, que se pone pesada de sangre cuando se carga demasiado en uno u otro sentido.
Me explico. Durante la primera semana de 2023 ha ido quedando claro que los turistas llegados a nuestras regiones son menos que los que arribaron en temporadas anteriores, con excepción, obviamente, de los peores momentos de la pandemia.
La gente, especialmente la que vive en las grandes ciudades del centro del país, quiere salir de vacaciones, como es natural, después de un año cargado de pega, sacrificios y bastante temor por el aumento de la delincuencia y su estela violenta.
Lamentablemente, no está el horno para bollos (expresión andaluza, y no piensen mal, porque allá un bollo es una especie de quequito) o, por lo menos, no está para muchos bollos. En estos días se ha notado una menor afluencia de visitantes, lo que según los entendidos en materia económica era algo esperable porque andan menos moscas dando vuelta y las familias están cuidando mejor las rupias.
Hay varios factores presionando para que esto ocurra. El más contundente, como ya lo dijimos, es la falta de oro, petróleo o litio en los bolsillos criollos. Son pocos los hogares que han escapado a la asfixiante presión de los precios altos y, por lo tanto, han decidido dejar las vacaciones bacanas para mejor ocasión.
No se puede negar que todo está más caro y eso derriba el ánimo del más optimista.
Es que cuando uno está de vacaciones no solo quiere olvidarse del buitre o la bruja que tiene por jefe o jefa, sino también quiere irse a descansar, aunque sea con tres cabros chicos y hasta la suegra a la rastra, pasarlo bien y darse algunos gustos que durante el año laboral están en receso, como salir a darle el bajo a un exquisito congrio a lo pobre, a un enorme bife chorizo o un espectacular curanto.
Y todo bien regado, porque al día siguiente a nadie le va a importar que se parezca a Bad Bunny o que huela como un dragón con halitosis.
Salir a comer con tutti se ha convertido en un sueño imposible, como dicen que decía Cervantes en la voz de Don Quijote. Por eso le ha ido mejor a lugares que igual tiene comida rica, pero más sencilla y que no se hacen problemas en partir los platos por dos o tres, según el número de niños presentes en el jolgorio.
Los dueños de alojamientos también intentaron pegarse una arregladita de bigotes, pero de a poco han reculado hacia precios que recuerdan a años anteriores. Esto ocurre con la oferta más informal, porque los grandes hoteles y hostales de buena pinta y papeles en regla están casi obligados a morir en la suya.
Frente a esto, aparece otra situación muy típica de nuestras mágicas regiones. Hace varios años que comenzaron a proliferar las cabañas en el patio de las casas. El negocio es simple, estudiantes o gente de trabajo bajo arriendos mensuales de marzo a diciembre, y turistas que pagan día a día durante el apogeo veraniego.
Los resultados se verían de acuerdo con lo que ya enunciamos, los vaivenes de la oferta y la demanda.
El año pasado, por ejemplo, este sistema funcionó como reloj suizo. La demanda de alojamientos superó a la oferta y casi nadie tuvo cabañas ni camas vacías.
Ingresaron los esperados doblones para hacer frente a las vicisitudes invernales, como la compra de leña y los desacreditados pellets, que se perdieron justo en medio de la tormenta, para desesperación de los dueños y dueñas de casa, especialmente los mayorcitos.
Por ahí he visto algo que dice que este año no habrá problemas porque las autoridades ya se preocuparon de solucionar todo lo relacionado con el abastecimiento. Como Ud. y yo no nacimos ayer, ya sabemos que esto significa que otra vez vamos a tener que presentar las infames batallas de madrugada por conseguir un par de bolsas en los escasos establecimientos que las distribuyen.
Volvamos a la oferta y la demanda de las cabañas. Por lo visto hasta ahora, hay más alojamientos que visitantes. Y estos últimos ya no vienen por unos cuantos días, como lo hacían en los tiempos de la bonanza de los retiros, los IFE, la PGU y similares, además de los precios más aterrizados.
A esto se suma que esos mismos beneficios ocasionales, especialmente los retiros del diez por ciento, muchos vecinos los destinaron a… la construcción de cabañas.
En nuestras ciudades hay barrios completos donde los árboles pasaron a mejor vida en beneficio del espacio destinado a la construcción. Lo malo es que ahora no hay clientela para dar vida y justificación a estas miniviviendas, por muy mononas que resulten.
Hay compatriotas que solo esperan que la situación cambie para no perder la inversión, que no es poca, porque hay que dotarlas de camas, mesita, sillas, baño, cocina razonablemente equipada, televisor, refrigerador, microondas y wifi, como mínimo.
La esperanza tiene la mira puesta en que a partir de mediados de enero llegue la añorada avalancha de turistas y que febrero consolide la recuperación. Ojalá, porque los pronósticos de los entendidos no son alentadores. Que se equivoquen y que viva el verano en la magia del sur.
Víctor Pineda Riveros
Periodista
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