Por Víctor Pineda R.
Estamos en tierra derecha, en la previa del plebiscito, y tanto los partidarios del Apruebo como los del Rechazo se acusan mutuamente de utilizar argumentos no muy castos para seducir a los ciudadanos que todavía no tienen la película clara para el 4 de septiembre, la hora señalada para la Madre de Todas las Batallas electorales.
Son muchos los chilenos y chilenas que seguramente tienen más que claro dónde van a poner la rayita vertical, pero que no se atreven a darlo a conocer públicamente o un poco más allá de las fronteras de su círculo íntimo por razones casi obvias, porque a nadie le gusta que lo encasillen como abominable defensor de causas putativas, ya sea por los de este bando o por los de la causa contraria.
Estos ciudadanos cautelosos son los que, a final de cuentas, van a terminar definiendo el futuro constitucional de Chile y por eso son tan apetecidos.
Para atraerlos, los contendores lanzan todo tipo de trampas, cepos, anzuelos, huachis, cebos, ratoneras, ardides, argucias, etc., etc., etc.
En estas instancias, son muy valiosas las últimas señaladas. Las argucias son a la política lo que es el balón al fútbol. Sin ellas, no habría forma de agregar militantes, simpatizantes o afines a una corriente de opinión, y los partidos estarían aún más alejados de las masas.
Dentro de las referidas argucias están las mentiras de frentón, las fake news como se les llama ahora, que Wikipedia define como “noticias falsas o noticias falseadas. Son un tipo de bulo que consiste en un contenido seudoperiodístico, difundido a través de portales de prensa, portales de noticias en prensa, radio televisión y redes sociales y cuyo objetivo es la desinformación.
Se diseñan y emiten con la intención deliberada de engañar, inducir a error, manipular decisiones personales, desprestigiar o enaltecer a una institución, entidad o persona u obtener ganancias económicas o rédito político. Al presentar hechos falsos como si fueran reales, son consideradas una amenaza a la credibilidad de los medios serios y los periodistas profesionales, a la vez que un desafío para el público receptor”.
Como pueden observar, las fake le vienen como anillo al dedo a los prosélitos de pocos escrúpulos, que encuentran su gurú en la figura del ministro de Propaganda del Tercer Reich, el nunca bien ponderado Joseph Goebbels, de quien en su defensa solo podemos decir que tuvo un mérito, la lealtad hasta la muerte, la propia, la de su familia y la de su adorado führer.
Horrible ejemplo, pero el tipo fue tan fanático como fiel y algo es algo. Peores son los chuecos y ni hablar de los vendidos.
Hay otras maniobras que pueden entrar a jugar en las canchas de la política o de una vida sin mayores pretensiones, como la de uno mismo.
Se trata de las verdades a medias, A veces se ponen difíciles de explicar, por intrincadas, pero diremos que se trata de un hecho que realmente han ocurrido, aunque con algunos matices que les restan puntos para considerarlos verdades absolutas.
Por ejemplo, hace algunos días publiqué en mi perfil de Facebook una foto donde aparezco con el overol, el caso, la lamparita y los bototos de un minero del carbón, completamente sudoroso y agotado. En el texto agregué que era un recuerdo de los años que trabajé como minero del carbón en Lota. Mentira total. Nunca habría aguantado ni medio día en las labores que cumplían esos invalorables compatriotas, bajo un calor insoportable, oscuridad casi total, picota en mano y desplazándose por galerías de medio metro del alto y cargando la pila de la lámpara, que era una maleta de varios kilos.
La foto la captó un colega cuando un grupo de periodistas habíamos cumplido el recorrido por el laboreo (así se denominaba la tarea de los hombres del carbón) y estábamos de regreso en el lugar de descanso, donde nos esperaban las mejores cervezas que despachamos en nuestras vidas. Luego, una ducha igualmente inolvidable, pero incapaz de sacarnos el carboncillo de las pestañas, que nos duró varios días y que sirvió para que en la calle nos miraran raro por el exceso de rimmel.
Esa, ya les dije, fue una mentira total. En cambio, aquí va una verdad a medias: Yo canté con Pavarotti. El gran tenor italiano vino a Chile en 1995 e hizo una única presentación en el estadio Municipal de Concepción. El que hoy lleva el nombre de la alcaldesa Ester Roa Rebolledo.
Cuando agotó el repertorio con la orquesta de la UdeC, el maestro improvisó a capella el brindis de “La Traviata” y nos pidió a los del público que lo acompañáramos, así que sacamos fuerzas de flaqueza y bramamos “Libiamo, libiamo ne’ lieti calici”. Por eso puedo decir que canté con Pavarotti. Claro, había 20 mil personas más al lado mío, pero nadie me puede negar que lo hice. Es una verdad, pero a medias, es cierto.
En otra ocasión, dormí con una reina de belleza.
Al subir a un bus, mucho antes de la pandemia, encontré que en el asiento adjunto al mío se había acomodado una jovencita a la que reconocí porque había sido coronada unos pocos días antes. Comenzó el viaje, cada uno se dio vuelta para su lado, no cruzamos ni una palabra y zzz, hasta llegar al terminal. Estrictamente cierto. Dormí con ella, pero que nadie piense mal. Verdad absoluta, pero a medias.
Por último, les cuento que una vez gané un campeonato de tiro con pistola, enfrentando incluso a militares. En mi vida había tenido un fierro en mis manos y esa tarde, por razones absolutamente inexplicables, uno de mis tres disparos terminó medio a medio en el centro de la diana y con eso me bastó para ganar una copita que aún conservo en casa.
Gané, es cierto, pero fue casualidad. Seguramente el tiro se me escapó. Por eso lo considero otra verdad a medias.
Ya saben, amigos y amigas, que no todo lo que brilla es oro y no todo lo que se ve feo es barro.
Los indecisos frente al plebiscito no olviden esto, y cuando les intenten vender pomadas, tengan cuidado con las verdades a medias tanto como con las mentiras de frentón.
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