Por Víctor Pineda Riveros
Hace pocos días, mis hijos las oficiaron de rescatistas tras escuchar los plañideros llamados lanzados desde lo alto de un árbol vecino a nuestro hogar, por un felino de pocos meses.
Estaba lloviendo, así que opté por no salir a observar la maniobra de salvataje, pero les fue bastante bien. Llegaron con la víctima en brazos, y al examinarla descubrieron que era una gatita.
En ese momento la misión cambió de objetivo: había que tratar de ubicar a sus humanos (ahora casi no se puede decir amos o dueños porque se enojan los más recalcitrantes animalistas), o bien encontrar a alguien dispuesto a hacerse cargo de ella.
Dejarla en casa resultaba imposible, porque ya tenemos un minizoológico propio, integrado por dos guatones sobreprotegidos, sobrealimentados, territoriales y celosos como ellos solos.
Mi hijo tiene un perro obsesionado con colarse hacia mi cama, a la que cada vez le cuesta más saltar, por el sobrepeso; mientras que mi hija tiene un gato igualmente gordo, que pierde adherentes por su mala costumbre de destrozar cortinajes.
La cruzada se extendió por un par de días, con sus respectivas noches, con llamados mediante redes sociales (para eso sirven) hasta que la humana de la michi se contactó con nosotros.
La aventura tuvo un final realmente feliz para todos, empezando por los rescatistas, que pudieron consumar su buena obra del día, de la semana, o del año. También fue un buen momento para los regalones, que vieron despejado el camino frente a la amenaza de competencia.
Todo esto me llevó a echar una mirada a las estadísticas sobre el número de animales domésticos existentes en el país, y me encontré con los datos de un estudio realizado en diciembre pasado por la Facultad de Medicina Veterinaria de la Pontificia Universidad Católica de Chile, que señala que en el territorio hay doce millones de perros y gatos con dueño conocido y otros cuatro millones de animalitos que carecen de un amo.
Los números exactos del Primer Estudio de Población Animal en Chile detalla que a la fecha del muestreo, que consistió en consultas a 17.458 hogares de 35 comunas, hay 8.306.650 cánidos con tutor, mientras que los felinos en la misma condición, es decir, con casa, son 4.176.029.
Aparte de ellos, en el país hay 3.461.104 parros y 588.173 gatos sin domicilio conocido. Son aquellos que con frecuencia se les observa en las calles, tratando de sobrevivir a como dé lugar.
El estudio agrega que la inmensa mayoría de los ejemplares de ambas especies son fundamentalmente urbanos. El 84% de los perros y el 86% de los gatos prefieren las ciudades en detrimento del campo.
Hay varios datos más, pero llama la atención que apenas el 27,4 por ciento de estos animales de compañía cuenten con el microchip instalado y que estén en el Registro Nacional de Mascotas.
En otras palabras, los queremos, pero se nos hace más más cómodo tenerlos a la chilena. La cosa mejora cuando se trata de los cuidados de su salud, ya que el 65% de los encargados lleva a su regalón por lo menos una vez al año al veterinario.
Hay varios datos más, por si alguien se interesa.
Está claro que los chilenos preferimos por abrumadora mayoría a nuestros peludos y bigotudos amigos, pero también hay quienes optan por otras especies.
Hay personas que gustan tener una jaula con un pajarito en el living. A mí me da pena verlos tan limitados de movimientos, sobre todo porque si tienen alas son para que vuelen. Ya quisiéramos nosotros darnos una vuelta por el aire sin tener que pagar y pasar por los interminables trámites de los aeropuertos. Y sin mencionar el miedo que nos han transmitido las películas sobre catástrofes aéreas.
Pero, en fin, un pajarito puede cantar y alegrar la vida. Cuando chico tuve un par de choroyes, hasta que me di cuenta de que para que no se mandaran a cambiar había que mutilarlos, cortándoles las alitas. Me enojé mucho.
Otros se inclinan por una pecera, que hay que cuidar mucho si en la casa también habita un gato. Tienen mala fama las peceras, porque está harto difundida la superstición que habla de mala suerte para los fishlovers. A mí me gustan los peces, pero los prefiero en sus variedades de cebiche o fritos, con una ensalada como refuerzo.
Hay personas que cuidan conejos, hamsters, cuyes y otros mamíferos, pero también exigen cuidados especiales, sobre todo por obra y gracia del inefable gato. No trate de criar guarenes ni lauchas, son dañinos y contaminantes.
Cuando mis hijos eran pequeños tuvieron una tortuguita, muy tranquila y graciosa, que nos dejó de un día para otro, sin despedirse. Fue un infarto, dijo el profesional que intentó resucitarla.
Por último, están los que llevan a la casa un animal realmente exótico, como un cocodrilo, una mamba negra o una pitón reticulada, que a veces se arranca por el alcantarillado y aparece en el baño justo cuando está con los pantalones abajo.
Con estas mascotas, no comulgo ni por broma. Prefiero que me regalen un dromedario, un tigre de bengala o un mamut. Por lo menos son mamíferos, mis predilectos.
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