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Teresa, la mujer de Candelario Mancilla, colono de Aysén

Por Óscar Aleuy / 19 de enero de 2025 | 15:08
JOSÉ CANDELARIO MANCILLA, su mujer Teresa, su hija Justa, la mayor y sus hermanas. En la foto siguiente, los colonos con el insigne explorador de Aysén Augusto Grosse. (Fotos Grupo NLDA)
Todo tiene sentido cuando un colono burla las distancias y se hace querido y admirado por sus pares al fundar un emplazamiento casi imposible en el sur furioso de Aysén

La tarde estaba oscura y amenazaba aguaceros, cuando le di unos golpecitos a la puerta de doña Teresa que se encontraba en Coyhaique, de visita en la casa de su hijo carabinero. Estábamos ambos encantados, ella por ser una ferviente auditora de mis programas pioneros y yo porque era una señora que había llegado en 1927 acompañando a su marido, el héroe inconquistable de las tierras solas del sur, José Candelario Mancilla Uribe.

El micrófono de la mesa de locución colgaba negro y en suspenso sobre los papeles y libros que yo llevaba los domingos a la radio. Miles de personas me acompañaban en ese maravilloso par de horas de música gaucha con sucedidos de la tierra, cartas con mentiras campesinas, adivinanzas y vidalitas, versos del truco, trinos de pájaros y llamadas telefónicas al aire.

Ahí se metió doña Teresa, enarbolando entre sus dedos el olor a humo de los palos de leña de la cocina y me vio llegar serio y descalabrado pero a ella le brotó como nunca una sonrisa angelical en su rostro que ya estaba viejo y cansado a esas alturas de la vida. Se había casado con Candelario el año 21 en Punta Arenas y luego se fueron a trabajar a unas estancias en las soledades de Santa Cruz para caer cerca de Aysén en el 27 y ponerse a levantar sus posesiones. Solos, acompañados de sus animalitos. Ahí se quedaron. Solos y para siempre. Pero no era un mero capricho tomar una decisión así. Es que conocían de estancias y largas rutas desde el sur porque los había marcado la pampa. Cómo no, si anduvieron leguas sobre caballos viejos, avanzando palmo a palmo hasta llegar a las cercanías del Mayer.

Hoy existe una localidad llamada Candelario Mansilla

La señora Teresa nos lo cuenta en medio de las sombras de una casa oscura pero calientita por el fuego largo y naranjo que chisporrotea sin tregua. Ahí me sonríe Teresa, como si fuéramos grandes amigos. Me alcanza el mate mientras habla y recuerda. Cree que lo más grande que hizo su esposo fue aplanar casi un kilómetro de tierra para que aterrizara el avioncito que pasaba de largo por ahí. Necesitaban víveres y estar comunicados era lo mejor. Por eso, casi sin ayuda, Mancilla se hizo fuerte y con ganas de emparejar la primera cancha de O’Higgins. Cómo lo no lo van a querer, a admirar tantas personas que siguieron llegando hasta ahí para quedarse.

Candelario, Teresa, sus hijas más grandes. (Han pasado 18 años. (Foto Grupo NLDA)

El asentamiento Mancilla se divisa a orillas del Lago O’Higgins, a unos 16 kilómetros del hito IV-0-B y parece haberse convertido en un sector plenamente turístico por su cercanía con Argentina y una especie de hermandad que se respira por la cercanía entre los pueblos y la imperecedera presencia ya para siempre ausente del pequeño gran hombre de todos sus orígenes, don Candelario. El paso fronterizo recibe el nombre de Dos Lagunas.

¿Doña Teresa o doña Tere? ―le preguntamos. Dígame señora Teresa, por favor, nos responde con pocas palabras. Como si estuviera ya cansada de recordar. Oiga, no teníamos dónde vivir, si mi viejo con el hacha picoteó algunas ramas gruesas no más para alcanzar a defendernos del frío. Al principio fue algo difícil. Sírvase don Oscar. Tan rica’ las torta’ frita’.

En 1965 se produjo el famoso incidente con los argentinos en el lugar. La crónica está publicada en la Última Esquina. Fue el día que los gendarmes argentinos dieron muerte al teniente Hernán Merino Correa, durante un incidente pleno de tensiones y descalabros que permanece atado a la historia de violencia entre ambos países.

Hoy, durante la temporada veraniega, el lugar permanece atestado de extranjeros, turistas, especialmente en carpas y montados sobre motos o bicicletas que andan conociendo los sectores, pasando de hito en hito alrededor de los dos países. Pero doña Tere ya no vive estos nuevos tiempos. Su hija Justa, sí. Debo darles de todo lo que me piden, por suerte mi hijo es el que ordena todo esto porque si no sería como una feria y aquí no me gusta el desorden. Aquí se venden comidas y bebidas, las tortas fritas, los milcaos, cuando se nos pide algo también lo hacimos.

Las carencias en el lugar del asentamiento

El lugar donde se ubica Candelario Mancilla fue poblado primero por inmigrantes británicos , y desde 1933 por la familia Mancilla, quienes realizaron una ardua labor de colonización, junto a decenas de familias dispersas por otros sectores del Lago O’Higgins.

José Candelario Mancilla, al igual que las decenas de habitantes del lago que se fueron acercando con el tiempo, exigió desde los primeros años del asentamiento el apoyo estatal para sus familias. Pero fue del todo inútil, eran clamores en el desierto, gritos al aire sin respuestas concretas, algunas promesas de aquellas. Debieron salir adelante con su propio esfuerzo.

Una acción que ha recibido reconocimiento nacional fue la construcción de la pista de aterrizaje en el sector de Ventisquero Chico, en 1956, que es lo que cuenta doña Teresa con los ojos abiertos y el aliento que le falta debido a su avanzada edad: Esa pista costó meses pararla y fue un espacio muy útil, todos los pilotos venían aquí, Fuhrer, Ernesto Hein, hasta un francés muy conocido que no recuerdo el nombre. 

Todo ese movimiento de aviones hizo posible la llegada de vuelos de soberanía de la Fuerza Aérea de Chile, el primer apoyo del Estado al asentamiento pionero del lago. Fue la puerta de apertura a una mínima pizca de desarrollo y soberanía.

En 1961, un destacamento de Carabineros de Chile se instaló en terrenos cedidos por Mancilla, y años después se produjeron graves incidentes limítrofes entre las fuerzas policiales chilenas y argentinas debido a la soberanía de la zona de Laguna del Desierto , donde Mancilla realizó un activo apoyo a las unidades chilenas que le merecen el reconocimiento de la autoridad presidencial de la época.

Fue la propia familia de Candelario Mancilla quien dio el nombre al lugar, el cual es reconocido por primera vez con la construcción del muelle en 1992. Posteriormente, guías de viajes y turismo le han dado reconocimiento, como paso obligado para viajeros y aventureros de todo el mundo.

Más allá de colonizar, el día de la campana

No hay que desconocer que la actitud pionera del poblador Mancilla no se quedó en descubrir, asentarse, construir casas y la cancha de aterrizaje. Además, inculcó la idea de educar a los niños que comenzaban a crecer, a ver la forma de que los enfermos se atiendan de alguna forma sus enfermedades o accidente.

Un día Candelario, lleno de bríos y decisiones, tuvo la idea de ir a Coyhaique para hacer un reclamo formal para que los niños tengan una escuela. Y no halló nada mejor que integrarse al gentío en la plaza para recepcionar una visita presidencial de Eduardo Frei Montalva, electo presidente en 1964. No me atrevo a alardear sobre esto, aunque estimo y creo que fue el intendente Santelices el de la idea para hacer lo que hizo.

Valiéndose de un pequeño discurso ensayado muchas veces y aprendido, y de una campana pequeña que le consiguieron en un colegio de la ciudad, don Candelario, en medio del fragor de los aplausos durante el discurso presidencial, la hizo sonar fuerte para llamar la atención y tomar la palabra.

Vengo en representación ―gritó lo más fuerte que pudo―, de los niños de un pequeño pueblito que hemos levantado por nuestras propias manos en el sur más lejos de Aysén, donde se pierden de vista los humanos y las casas. Queremos, señor presidente, una escuela para nuestra villa. Los niños y los padres se la pedimos ahora.

Fue en ese instante que toda la multitud aplaudió las palabras emocionadas del pionero. Y el presidente Frei, en vivo, felicitó a Mancilla y prometió la escuela, cuya construcción fue realizada meses más tarde.

Villa O’Higgins en la voz de uno de sus alcaldes

Hasta Abril de 2016, el entonces Alcalde de Villa O’Higgins Roberto Recabal abogaba para que el sueño de lograr un emplazamiento turístico estratégico estaba a punto de cumplirse. Su frase la mejor forma de cuidar estos recursos naturales es con gente, venía sonando fuerte y clara en cuanto medio de comunicación tuviera al frente. Su lucha comenzó a materializarse durante su período, pero había muchísimo más que hacer aún. En Candelario Mancilla en el extremo sur de la zona, vivían sólo dos descendientes del colono que dio nombre al sector, y que se sitúa a tres horas de navegación desde Villa O’Higgins. Teresa Mancilla se dedica con otros hijos a la crianza de 150 vacunos que mantienen en el lugar. Ellos son los únicos habitantes que ha tenido el lugar, desde que Teresa era joven. Ese año 2016, en ese sector, sólo existía un control de aduana, ejercido por seis uniformados del retén de Carabinero, ubicado a 15 kilómetros de la frontera, junto a la ribera del lago O’Higgins.

Doña Teresa siguió mateando junto a nuestras grabadoras y cámaras, siguió dando a entender que lo más importante en todo esto no son las casas ni el progreso. Es el nombre de mi marido, mi querido viejo que todo lo dio porque esto ocurriera de una vez por todas.

Candelario Mancilla murió en 1967. Desde entonces la localidad donde él se vino a vivir lleva su nombre. Lo mismo una población de departamentos que se construyó en Coyhaique en los años 60. Homenajes profundos, la escuela, las calles, el poblado, todo para este hombre valeroso y visionario que, aparte de haber vivido y sentido los peores inviernos de su vida, le tocó participar indirectamente en los sucesos de Laguna del Desierto en 1965. Una última evidencia: en 2022 se colocó, de lado argentino de la frontera, una placa para conmemorar al teniente Merino, el único que murió en la disputa. Ese incidente, que sucedió hace 58 años, contribuyó a que se fundara El Chaltén en 1985 como un bastión de evidente soberanía.

OSCAR  ALEUY, autor de cientos de crónicas, historias, cuentos, novelas  y memoriales de las vecindades de la región 

de Aysén. Escribe, fabrica y edita sus propios libros en una difícil tarea de autogestión. 

Ha escrito 4 novelas, una colección de 17 cuentos patagones, otra colección de 6 tomos de biografías y sucedidos y de 4 tomos de crónicas de la nostalgia de niñez y juventud. A ello se suman dos libros de historia oficial sobre la Patagonia y Cisnes. En preparación un conjunto de 15 revistas de 84 páginas puestas  en edición de libro y esta sección de La Última Esquina.


 

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