En un viaje enredado, peligroso e interminable, estas valientes familias por fin pudieron conocer el lugar donde vivirían para siempre. ¡Pero, a qué precio! Durante mis rutinas normales en mis talleres editoriales, una llamada telefónica llena de sorpresas me hizo volver la mirada a mis antiguas crónicas de Chile Chico. Por encargo de Paul de Smet querían agradecerme la página escrita en Word Express, que dio parece la vuelta al mundo. Era enteramente dedicada a los belgas en Chile Chico y detrás de la voz, se notaba a un hombre de bien y sencillo que me dejaba como rey segundo, después de lo que ocurrió con los verdaderos colonos que llegaron a Murta y a Chile Chico.
Una interesante película con personajes de la colonización de Chile Chico de fines de la década de los 40 obtuvo una distinción internacional en el Premio de la Crítica Belga el año 1997, acercándonos de esa forma a una epopeya regional solamente conocida por pincelazos superficiales de cronistas y estudiosos.
El carácter belga
Nos topamos siempre con algunos representantes de esta familia de inmigrantes belgas a Chile Chico en medio de la batahola de la vida cotidiana. Se los ve humildes y reflexivos, cautos e inteligentes, una virtud que no se pierde cuando se los conoce. Son las estirpes Smet y de Halleux, compuestas ambas por los retoños maduros que durante esa tremenda gesta colonizadora llegaban en pañales. Es el epopéyico acercamiento e incursión que realizara un grupo de colonizadores belgas que arribaron a ciegas desde la Argentina en camiones y otros medios hasta una de las zonas más despobladas y ariscas de nuestra Patagonia, los inexplorados territorios de Murta y Chile Chico. Era la post guerra, año 1949. Y en ese tiempo fueron recibidos e incorporados al territorio los señores Paul de Smet y Gabriel de Halleux.
Los orígenes de la colonización en Chile
Según la historia, durante la cruda primera guerra, un joven oficial fue gravemente herido por impactos de bala mientras se encontraba luchando en el puente del río Meuse, cerca de Bruselas, siendo trasladado por otros soldados al castillo de Bouvignes, donde se había habilitado una especie de hospital para los aliados que era atendido por la baronesa de Bonhome de Amand de Mendieta, quien muchos años después recibiría una carta de agradecimiento del mismísimo general Charles de Gaulle. Aquel castillo serviría en la segunda guerra como cuartel general de los nazis, extraña paradoja, siendo en la actualidad la casa habitación de la familia Amand de Mendieta. Tres de los diez hijos de la baronesa de Bonhomme vendrían años más tarde a colonizar la zona austral. Ellos son Alex y los mellizos Pierre y Jean Amand de Mendieta, sin olvidar que se integraron además otras familias colonizadoras belgas como los de Halleux, los Smet y los Raty, además del médico pediatra León Cardyn, prisionero en un campo de concentración nazi y vivo sólo por ser médico.
Estos insignes colonizadores convergen con altura y notoriedad, estableciéndose como colonos en medio de la nada. Fueron laboriosos hombres de trabajo, calificados profesionales y notables representantes de la cultura milenaria. Su influjo no pasa inadvertido en las ariscas tierras chilechiquenses.
Lo que todo el mundo se pregunta es si estas ilustres familias europeas vinieron con el ánimo de olvidarse del sufrimiento provocado por la guerra, o con el aguerrido coraje de establecerse como familia en un lugar inhóspito y desconocido. Seguramente lo que determinó a ellos fue en definitiva una magnífica locura basada en un intento por explorar y maravillarse del nuevo mundo, sin duda. Lo relata el mismo Paul de Smet, al escarbar el recuerdo de su cuñado, quien le gritara del otro lado de un área de trabajo de una fábrica mientras se oían los bombardeos de los aviones: Después de la guerra nos vamos.
Bélgica en especial sería en aquellos tiempos un país entregado a la ocupación alemana, y a ello se uniría el siempre vigente espíritu romántico de la familia. Es Marie Antoniette de Halleux viuda de Gabriel de Halleux, quien insiste sobre el carácter independiente y el espíritu trotamundos de su esposo, siempre imbuido por sus enormes deseos de explorar nuevos horizontes, abandonar para siempre la vida llena de incertidumbres de la Bélgica de la posguerra y ofrecer a sus nueve hijos un futuro del mejor nivel. Llega entonces el momento, cuando accidentalmente se topan con la noticia de que el Estado Chileno ofrece terrenos en concesión en la Patagonia para quienes tengan valor y confianza en el porvenir.
A tal punto llega el entusiasmo de estos belgas con Chile, que incluso los comentarios que reciben de sus amigos, los Lyon Kervyn y los Sotomayor, deberán ser fundamentales para que tomen la decisión de venirse, dejando todo el pasado bajo llave.
Un importante suceso viene a remecerlos: Marie Paule Amand de Mendieta de Lyon quien se casó durante la Guerra con un chileno de origen belga, les escribe contándoles la posibilidad de venir a colonizar Murta, donde podían obtener hasta 40 mil hectáreas en concesión. Gabriel de Halleux toma la idea y se transforma en el promotor. Se habían presentado unas 50 familias para participar en la colonización. En 1947 buscaron acuerdos con las autoridades chilenas, y luego de seis meses de negociaciones y entrevistas al más alto nivel, Paul de Smet es enviado a Chile y acuerda arrendar diez mil hectáreas en la zona norponiente del lago General Carrera, valle del río Murta.
La nota entre mis crónicas de Word Press
Hay un solo lector del artículo de Word Express que respondió a mi nota. Como tal, aparece sin nombre, pero se las muestro tal como la acabo de leer antes de preparar esta crónica.
Dice: La inmigración puede tomar variadas formas. Conozco la zona de Chile Chico, Balmaceda y Aysén. Indudable que una inmigración osada, venida a desarrollar una zona olvidada del país, es y ha sido altamente beneficiosa para Chile. No se trata de una inmigración que vende papel higiénico en los semáforos de la super-poblada capital, sino que viene a desarrollar zonas donde se requiere de esfuerzo y sacrificio para que un día los descendientes usufructen del sacrificio de los abuelos.
Soy chileno-belga en tercera generación y mi pasaporte belga me permitió sacar a mi familia de Chile en los días oscuros de la ocupación militar. Lamentablemente, vuelta las cosas a la normalidad—o como quieran llamarle—mis hijos varones no quisieron volver a Chile y desarrollaron sus células familiares en Europa. Es la tómbola de la vida y el permanente impulso biológico del hombre de crear una familia. Y no fueron golondrinas de verano; muchos hijos de profesionales de mi proximidad social y época, ya sea en Inglaterra, Bélgica, Australia o Francia, no han querido volver a Chile. Como decía, es la tómbola de la vida y hoy son las diversas leyes y la actitud de la sociedad que desincentivan a la familia y las que están empujando a nuestra juventud con recursos profesionales, a buscar en otros horizontes sociedades más garantistas de la familia.
Meses después que me llamara este señor, apareció el libro editado por Ril Editores. Y otros cuatro meses más tarde recibí el libro en la puerta de mi casa. Rescato este impactante párrafo de alguna parte de la introducción:
Un toque de locura
El 25 de Octubre de 1965, el rey Bauduino de Bélgica y su esposa la Reina Fabiola estaban de visita en Chile. En esa ocasión la Embajada de Bélgica en Santiago invitó a un cóctel en su honor a un grupo de los belgas de Chile Chico. Durante la reunión, el rey se acercó a ese grupo y preguntó por qué habían dejado su país para instalarse en la Patagonia. Uno del grupo, el doctor León Cardyn, contestó sin pensarlo: Un toque de locura, alteza.
Esta frase fue celebrada y es así que quedó de título del presente libro.
La histórica llegada a las tierras de Chile Chico
Una parte fundamental y llena de luces parece ser la que sobresale de entre muchas otras en la odisea de los belgas. Y es la que se refiere al último movimiento de traslado con sus ocho camiones desde Punta Arenas para tratar de llegar a la brevedad hasta Chile Chico. En la página 69 del libro ya se lee: Pude constatar que el camino se encontraba en estado espantoso en el lado chileno. Me pregunto con temor cómo nuestro pesado convoy se las arreglará en esta pista.
El convoy, la última noche antes del viaja había llegado a tener hasta 18 vehículos, de los cuales cuatro eran remolcados y casi todos podían conducir, salvo los niños, incluso habían contratado a cuatro choferes chilenos. Al día siguiente en Punta Arenas, un grupo de periodistas fotografiaban a la destacada comitiva de pioneros.
Al día siguiente, cerca de las 5 de la mañana, en medio de un gran estruendo de motores los vehículos se despiden de Punta Arenas, despertándolo y no pudiendo evitar cortar cables telefónicos por las calles. Una inolvidable conmoción pueblerina los despide con gestos y estruendosos griteríos. Río Gallegos, Piedrabuena, San Julián, Fitz Roy, Las Heras, Lago Buenos Aires.
El 23 de Febrero de 1949, me faltaba poco menos de un mes para nacer en Coyhaique. Fue el día que aparecieron los camiones y vehículos por el horizonte, después de pasar por el paso fronterizo de Los Antiguos. Hay fotos grandiosas de la llegada, sorteando mil inconvenientes del régimen de aduanas, el paso cerrado, algunos vehículos dañados, y el vadeo dantesco por el río casi al borde de una tragedia. Creo que esos detalles perfectamente pueden servir para preparar una nueva crónica.
Tenía toda la razón Paul cuando le respondió al rey Bauduino de Bélgica que todo esto que sucedió se trataba sólo de un pequeño toque de locura.
OBRAS DE ÓSCAR ALEUY
La producción del escritor cronista Oscar Aleuy se compone de 19 libros: “Crónicas de los que llegaron Primero” ; “Crónicas de nosotros, los de Antes” ; “Cisnes, memorias de la historia” (Historia de Aysén); “Morir en Patagonia” (Selección de 17 cuentos patagones) ; “Memorial de la Patagonia ”(Historia de Aysén) ; “Amengual”, “El beso del gigante”, “Los manuscritos de Bikfaya”, “Peter, cuando el rock vino a quedarse” (Novelas); Cartas del buen amor (Epistolario); Las huellas que nos alcanzan (Memorial en primera persona).
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