La primera vez que escuché el nombre de Juan Keller fue por un relato de mi padre en la década de los 80. “Era un alemán que se vino arrancando de la guerra”, dijo. “Se fue de un día para otro y todo lo que tenía lo dejó botado”, agregó.
Esos detalles del relato se repiten entre quienes fueron trabajadores madereros en la década de 1950 en el área rural de Cerrillos y la historia llega hasta nuestros días, teniendo como centro a Juan Keller Keller, exitoso empresario forestal que entre 1955 y 1960 se dedicó a la extracción de madera nativa desde la zona cordillerana de Futrono.
Eso hasta que desapareció en forma inexplicable en abril de 1960, abandonando sus posesiones y dejando decenas de sueldos impagos.
Y se han conocido otros elementos que se agregan a la imagen misteriosa de este personaje, el más notable de todos: habría sido, supuestamente, Martin Bormann, el otrora brazo derecho del mismísimo Adolf Hitler.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, con los años y hasta la fecha se han tejido alrededor del mundo relatos en torno a unos tipos de personajes cuyas correrías provocan fascinación: los nazis.
El porqué de esa atracción por estos agentes del mal no pretendo buscar respuesta, sólo apuntar a ello para hacer presente que en las tierras de Futrono tenemos nuestro propio relato sobre un supuesto jerarca nazi, de quien por décadas se han escrito muchas páginas, siempre dentro de un manto de misterio.
Mucho se ha dicho sobre las correrías del alemán Juan Keller en el sur de Chile, quien aparece en escena antes de 1950, moviéndose luego entre Río Negro, Osorno, La Unión, Río Bueno, Lago Ranco y Futrono.
Los registros lo ubican en la comuna de Río Negro, específicamente en la localidad de Riachuelo donde, ayudado por descendientes de alemanes de la zona, es registrado por el oficial del Registro Civil de la localidad, trámite que concluye más tarde en Río Negro. Así nace para la historia local el ciudadano chileno Juan Keller Keller, de oficio agricultor.
Estos y otros datos fueron publicados tras una investigación realizada por Nelson Rodríguez, Jorge Quagliaroli y Bruno Sommer, agregando que Keller contrajo matrimonio con una funcionaria del Registro Civil de La Unión, Ruth Mondaca, con quien adopta a una pequeña de nombre Eliana.
También se menciona que un anciano unionino, Boris Ocampo, que trabajó para Keller, dijo sobre él: “Nunca creó lazos muy profundos de amistad, trataba de pasar desapercibido. Hablaba el español como todos los gringos, chapuceaba algunas palabras y decía groserías, principalmente a los empleados cuando no hacían bien las cosas”.
Aun así, se habría asegurado de contar con cierta red de protección, esto en la amistad que creó con Carlos Follert Fleidl, quien fue vicepresidente ejecutivo de la empresa Calo, además de diputado y alcalde de Osorno.
También son varios los testigos que afirman que Juan Keller siempre llevaba una pistola alemana consigo, aunque es dado señalar que esa no era una costumbre extraña para la época, en que los hacendados portaban dicho elemento en sus recorridos por los campos.
El enigmático alemán llega a Futrono en 1955, época en la que ya era propietario del fundo Las Trancas en La Unión, y adquiere una propiedad en el sector de Cerrillos, donde emprende un exitoso negocio de extracción de madera nativa, generando trabajo para la población rural de la zona.
Cómo llega y se instala en el sector, lo aclaró Baldemar Guzmán Caticura (fallecido en julio de 2023), cuyo padre, José Oscar Guzmán, fue el administrador de las instalaciones de Keller en Cerrillos, lo que lo ubica como un testigo clave de los acontecimientos.
El testimonio de Baldemar Guzmán, siendo niño en la década de 1950, revela otra cara del “patrón” Juan Keller, alejada de la imagen de su supuesto pasado como jerarca en la Alemania nazi, aunque manteniendo el misterio sobre su paso por Futrono.
“El año 50, aproximadamente, mi padre trabajaba como mayordomo en el fundo Bellavista (La Unión), su propietario era don Carlos Follert”, comenzó relatando Baldemar Guzmán, agregando que Follert envió a Keller al fundo en calidad de socio, quedándose como pensionista en la casa de Guzmán alrededor de un año.
Posteriormente, Follert le informó a José Oscar Guzmán que junto a su socio habían adquirido el fundo Las Trancas, en La Unión, hasta donde Guzmán fue enviado a cumplir también la función de mayordomo o capataz a las órdenes de Keller.
Dicho fundo se enfocaba en el trabajo agrícola y forestal agregando, por iniciativa de Keller, el rubro de la producción de leche. Incluso Guzmán añade que tal vez este fundo fue el primer productor de La Unión que comenzó a entregar leche a Colún.
Alrededor de dos años estuvo Juan Keller habitando en Las Trancas, hasta que un día le dijo a su empleado Guzmán que lo enviaría a conocer y evaluar una propiedad en la montaña, a fin de informar al alemán si era viable iniciar faenas forestales en dicha zona.
Se trataba de parcelas al interior de Futrono, en la zona de Cerrillos, propiedad de los hermanos Guarda, las que Juan Keller pretendía adquirir y trabajar en la explotación maderera.
“Con otras personas hicieron un equipo y se vinieron a Cerrillos. En esos años el clima no era como ahora, en primavera llovía y se llenaban los ríos. Había solamente huellas para entrar a la cordillera”, relató Baldemar Guzmán sobre este viaje realizado por su padre.
El grupo que Keller envió a la cordillera pudo llegar a la zona, pero al poco tiempo retornó, ya que las condiciones del clima no le permitió continuar, por lo que al año siguiente volvió el grupo a Cerrillos, donde estuvo durante un mes. Un viaje en difíciles condiciones que a los pocos días se transformó en odisea.
“Estuvieron como un mes afuera, porque estuvieron aislados, llovió, se llenaron los ríos y no podían cruzar. Y nosotros no sabíamos qué hacer en la casa. Mi mamá, mi hermano, el mismo Juan Keller no hallaba qué hacer porque dijo: cómo, dónde se encontraban”, compartió Baldemar Guzmán.
Este dato es interesante, ya que demuestra la preocupación de Keller por sus empleados a los que envió a explorar montañas vírgenes y por un imprevisto no lograban retornar, un comportamiento opuesto a la frialdad que comúnmente se imputa al alemán.
Finalmente, con el paso de los días los ríos bajaron su caudal y el grupo logró salir de la zona cordillerana, retornando a La Unión en deplorables condiciones. “Con los zapatos hechos pedazos, la barba larga y la ropa para qué le digo”, aseguró Baldemar Guzmán.
Aun así, el grupo llevó consigo la confirmación de la presencia de especies nativas de alto valor comercial para el negocio que Juan Keller tenía en mente, en especial el preciado raulí.
“Que era montaña virgen, que había mucho raulí, mañío y coihue, entonces Juan Keller se contactó en Futrono con don Gastón Guarda y negociaron la Hijuela Nº6, que quedaba muy adentro, cerca del volcán (Mocho-Choshuenco)”, explicó.
Al año siguiente, 1954, Keller encargó a José Oscar Guzmán trasladarse a Cerrillos con la primera orden de abrir camino para llegar a la recién adquirida propiedad. “Mi papá le dijo “bueno ¿y de qué manera vamos a hacer el camino?”.
Esa ruta se abrió desde el actual Cruce de Cerrillos con dos máquinas que Juan Keller contrató a Corfo, las que contaban con pala y huinche. “Había que romper todo para arriba, alrededor de 30 kilómetros”, señaló Guzmán, duro trabajo que demoró un mes.
“Yo quiero que los tractores vayan haciendo camino y detrás vayan el banco aserradero (locomóvil) con todo el equipo, más las viviendas”, fue la nueva orden de Keller, resaltando que los hombres casados a menudo se trasladaban con sus familias.
“Una vez llegando a la Hijuela Nº6 instalaron el banco aserradero, empezaron a voltear madera y a aserrar y enseguida a hacer las casitas para las viviendas”, construcciones muy básicas para vivir durante la temporada. Así, en una misma estación del año comenzó la explotación del recurso maderero.
Según los recuerdos que de su padre tenía Baldemar Guzmán, aseguró que Gastón Guarda y sus hermanos consideraban a Keller como un loco, ya que les parecía imposible el proyecto de abrir caminos, instalarse e iniciar faenas en una misma temporada. “Y yo creo que don Juan (Keller) tenía recursos porque cómo invirtió tanto en el asunto”, comentó.
El siguiente paso en el negocio lo dio Keller el año 1955. “Dijo, voy a ir a Alemania a comprarme cinco camiones, y los trajo, volvió y en el 56 llegaron los camiones”, asegura. “Eran cinco camiones nuevos, Ford color verde”, complementa.
Con ello, el alemán instaló dos aserraderos en el sector y Baldemar Guzmán apuntó a otro dato en la historia de Keller en Futrono: expandió la extracción de madera más allá del límite del territorio comprado para tal rubro.
El atrevimiento de Keller no tardó en granjearle enemigos, ya que comenzó a extraer recursos desde las parcelas colindantes, propiedad de los hermanos Guarda, así como de sectores supuestamente fiscales.
“Entonces este caballero se instaló y empezó a explotar las cordilleras colindantes y ahí los señores Guarda le empezaron a meter juicios”, dijo Guzmán.
El conflicto con los Guarda es recordado aún hoy entre los antiguos trabajadores de Keller, disputa que comprendió no sólo acciones judiciales, sino también el cierre del camino de acceso con trancas y cadenas.
Baldemar Guzmán señaló que la pelea judicial se prolongó por unos pocos meses, sin embargo, al contrario de lo que pudiera pensarse dadas las acciones que originaron la pugna, habría sido Keller quien salió triunfante.
“De dos a tres meses demoraron los juicios y de repente este caballero (Keller) fue con los militares y echaron las trancas abajo”, rememoró Guzmán, asegurando que la fuerza pública tras el fallo del tribunal en ese caso fueron los militares, quienes abrieron el acceso cerrado, que desde ese momento pasó a ser camino fiscal, es decir, el actual camino desde Cerrillos hasta la Reserva Nacional Mocho-Choshuenco.
Como veremos más adelante, ese conflicto de hace casi 70 años tuvo un frente de pelea mucho más cruento que el de los tribunales o el simple bloqueo de un camino.
“Había mucha gente que trabajaba ahí, alrededor de 100 personas en la temporada. Depende de cómo venía el clima, en septiembre y octubre se abría la faena y terminaba en abril, entonces la gente trabajaba esos cuatro meses y al final de abril se les pagaba”, afirmó Baldemar Guzmán.
Lo curioso de este sistema es que los trabajadores recibían su sueldo al finalizar la temporada y no mes a mes; eso sí, en los meses de faena los trabajadores recibían víveres en una pulpería en la casa patronal que Keller construyó en Cerrillos.
Al momento del cobro del sueldo final, se hacía el correspondiente descuento por dichos víveres.
Al hablar de casa patronal, Guzmán aclaró que se trataba de una casa de dos plantas construida con madera bruta, que tenía espacio para residencia, pulpería y bodega, aunque Keller nunca pernoctó en el lugar.
La madera extraída se trasladaba hasta el sector de playa Huequecura, desde donde se transportaba vía lacustre hasta Lago Ranco para ser cargada en el tren que la llevaba a manos de los compradores.
Baldemar Guzmán recuerda lo difícil de las condiciones para sacar la producción desde el interior de Cerrillos, señalando que en el tramo conocido como “El Peligro”, se implementó un sistema que permitía subir y bajar los camiones cargados, aminorando el palpable riesgo de caer al correntoso río Caunahue.
Ese sistema era con uno de los tractores que Keller había contratado a Corfo para abrir el camino, que con el huinche enganchaba los camiones y les aseguraba un mejor tránsito por la peligrosa cuesta.
Así también en la que se llama la “Cuesta de los Pérez”, llamada así porque fue abierta por una cuadrilla de trabajadores compuesta por los hermanos Pérez, también se debía implementar el sistema del huinche para el paso de los camiones.
Guzmán dice que en ese tiempo llegaron varios choferes de camión pidiendo trabajo, pero al constatar las condiciones de la ruta, en especial la cuesta “El Peligro”, simplemente se devolvían.
“Los choferes se arriesgaban, eran valientes porque cualquiera no lo hacía”. Entre los apellidos de esos corajudos choferes, Guzmán recordó a Oporto, Nahuelpán, Lorca y Molina, aunque aclara que eran de fuera de Futrono.
Toda esa organización se logró por la determinación y recursos de Juan Keller, quien visitaba sus instalaciones de vez en cuando tomando contacto con su administrador, José Oscar Guzmán, y siempre acompañado de su guardaespaldas armado.
“A este caballero le gustaba andar de noche, tenía una camioneta amarilla Ford. A veces llegaba en la madrugaba y se iba en la noche, muy pocas veces a pleno día”, precisó Baldemar Guzmán.
En tanto, Keller conocía al cura párroco de Futrono de esa época, el padre Ricardo Naegel, a quien le entregó las facilidades para que pudiera trasladarse a Cerrillos en los meses de verano a impartir misa.
El trabajo fue intenso y próspero, en el intertanto Juan Keller se hizo de seguidores y enemigos, pero el viento a favor se terminó en forma abrupta, vinculándolo con un posible pasado en lo profundo de la Segunda Guerra Mundial, en los salones del poder de la Alemania nazi. De eso hablará la segunda entrega de esta columna.
Esta columna histórica la dedico a la memoria del profesor rural y dirigente social, Baldemar Guzmán Caticura (1946-2023), quien aceptó ser entrevistado y dejar su testimonio en septiembre de 2022.
Autor: Mario Guarda Rayianque.
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