Historias DiarioSur

Transitar por Aysén entre luces y carretas

Por Óscar Aleuy / 19 de abril de 2025 | 20:37
El Coyhaique de las calles abiertas, de los carros y de las sombras de 1940. (Foto familia Foitzick)
Por la tarde es la abuela. Los cercos nevados, el techo completamente blanco. El frío insoportable y las manos azuladas. La abuela ha llegado de los lados de Perito entrando a la frontera con la Tere, la hija de Francisco Vergara.

Pero la abuela nunca sabrá que estoy en Puerto Aysén invitado por los Laibes.   Diez años más tarde camino altivo y esbelto escuchando en las esquinas hablar a los viejos, llevarme yo en silencio para la casa esas historias. 

Escribo sobre la radio en el hotel Plaza del puerto, donde los jóvenes liceanos se las ingenian para lanzar una señal radiofónica. En la lejana época poco y nada se baila. Sólo se toma un chocolate caliente en medio de una kermés y se novia formalmente en casa de la chica bajo la atenta vigilancia de un papá, cronómetro en mano. La energía hay que canalizarla hacia los pasquines, diarios murales, boletines y mensajes escritos en máquinas Burroughs. Está prohibido andar por la calle más allá de las nueve o asistir a fiestas más allá de la medianoche. No se puede andar con pelo largo. No se acostumbra garabatear a nadie ni se comparten las mesas con las visitas. Es obligación ir a misa y confesarse los domingos, ayudar en labores del hogar, estudiar la mayor parte del tiempo. 

Cuando hacen su aparición los coléricos, la música de rock’n’roll y las ideas revolucionarias cobran sentido. De ahí en adelante los jóvenes desatan su silencio y cambian la adultez por el salero escondido de sus golpes de batería.

Carros, carromatos y carreros en medio de lámparas Petromax

Coyhaique en los tiempos del relato. Una misión peligrosa, con calles abiertas y transitar de carruajes (Foto Grupo NLDA)

De pronto, esa parte de la calle por donde ando, se ve interrumpida por el fragor de las ruedas del carro sobre el ripio suelto. ¡Los carros pasando por siempre! Me acuerdo de Legüe, de Marilicán, de Salitas... Lejos de aquí, en plena década de los cincuenta se respira la época de carros en Coyhaique. Se abren las calles de la ciudad con detonaciones y hay un desorden descomunal. El servicio eléctrico es alimentado por las turbinas de gas pobre de El Claro, cuyas ruinas constituyen historia. A las 7 de la tarde todo el pueblo se alumbra por velas y se encienden algunas radios a pila. Los más pudientes tienen lámparas Petromax, pero la mayoría compra velas en los emporios y pulperías del Centenario, donde Larral o Julio Cantín. Donde Fernando Oleaga. Se termina la rutina a las 9, cuando los locutores de La Minería vociferan el reporter Esso, luego de La Linterna Roja o El Comisario Nugget. Renato Deformes abre El Doble o Nada Crav y Joaquín Amichatis La Tercera Oreja en la Agricultura. Los diarios de Santiago recién llegan a la semana después de salir a circulación. Las hojas llegan mojadas. Se vive la inolvidable época del puerto libre. 

Los carros siempre avanzan rechinando, como escondidos en sus siluetas de campo. Por ahí andan todavía, cargan sus maderos y fierros Juan y Domingo Fuentes, José Orellana y Sixto Pinto. Pasan por todas las huellas, las presencias de Manuel Torres, del carrero sabio Alejandro Sudán, Aníbal y Arnulfo Troncoso, los gauchos del Valle Simpson; Vicente Maureria y Gabriel Zurita, estirpes generosas de las mesetas del Ibáñez. El carro endilga hacia las alturas y propone la subida por Simpson, donde llegan Villagrán del Ibáñez, José Lillo y Crescencio Vallejos, los Valdeses, la paciencia inveterada de Antolín Luna, el resuello de cansancio de Manuel Salas, con su pucho en los labios mirando el horizonte, del loco Avelino Martínez con su risa franca y honesta, de Marilicán, el aguatero. 

Se pegan a la historia los instantes pretéritos llenos de kilómetros y distancias de los carreros, Santiago Muñoz, el patriarca Delfín Cordero, Demetrio Mardonez, Manuel San Martín. Luego se unirán los incomparables esfuerzos de Manuel Raín y los Muñoces, Custodio y José, del carpintero Alfonso Almonacid. Sus carros toman las huellas y avanzan en silencio por el tiempo. Cerca de cincuenta carros atraviesan duras jornadas en medio de un Coyhaique en ciernes. Carros que abren todas las puertas, carros que acceden a vueltas atrasadas, que nadie se puede imaginar. La historia regresa a contarnos sus secretos. 

Los nombres de La Ensenada bajo las cerezas

Desde las estancias a la ciudad. Un paso gigantesco de sensibilidad y progreso en un Coyhaique casi invisible (Foto Museo Regional Aysén)

Viajo contento a la Ensenada enredado en la trama de la memoria y arrancando a gritos los calafatales. Hay nombres ahí, muchos de ellos perdidos en el olvido. Son nombres que transitan desde los albores del XIX y se instalan en sus infinitas estaciones. Tengo que juntarme en el valle una tarde despejada de Noviembre porque me llaman de la familia de David Castillo, poblador temprano. Al llegar, se encuentra cosechando cerezas bajo la sombra cálida de su huerta del valle. Lentamente van apareciendo bajo la cubierta de sus palabras los nombres mágicos del Tío Chito, profesor contratado por los colonos en 1946. Por esos pagos, antes de entrar al predio de Kiko Silva, sector El Bajo, lo piden los padres para enseñar a sus hijos. Y Miguel Rivas le construye una casita para que  pueda quedarse en el lugar. 

Me dice fuerte y sonriendo que en el campo de Juan Roa crecen sus hijos, reparando ruedas, construyendo pistolas con fierros viejos, confeccionando argollas para las bodas. En algo parecido a un avión han visto volar a Hermenelio Roa lanzándose por suaves lomajes, cerca de La Confluencias en el Huemules con el Blanco. Oscar Juica es practicante de carabineros. Vive en el cruce La Cordonada cerca de Miguel Rivas. Es el practicante más conocido de los parajes, recorre trayectos de urgencia a caballo, galopa suelos de día y de noche, asiste a cientos de pobladores aquejados por diversas dolencias, algunas graves, otras simples, utilizando la misma jeringa durante todo el mes. Cuentan que se queda junto al enfermo por noches enteras, hasta que éste logra la recuperación. 

Viven por ahí Tomas Baeza, poblador que ocupaba el campo que fue de Joaquín Martínez. También Hermógenes Mora, Remigio Martínez, José María y Armando Rojas. La matrona Eduvina Torres recorre La Cordonada casi entera. Es la mujer de Juan Silva, enseñada en el oficio de matroneo por la inolvidable Rosario Orellana. 

En 1921 se produce la gran creciente con fachinales tupidos en las Confluencias y árboles encajados en las lomas. Los animales son arrastrados por muchos kilómetros y por ahí salen con alarma en los sentidos y miedo en las pupilas los vecinos Domingo Zapata, Roberto Jaramillo, Miguel y Rudecindo Parra. Ya están trabajando en las faenas invernales Pardo y sus hermanos, Baldomero y Matías. Le acompañan Pedro Troncoso y  Máximo Sandoval éste último, víctima fatal del accidente de aviación en Villa La Tapera, junto a Manuel Magallanes, agente de Lan Chile. Tiempo después se pueblan Abraham Asmut y el turco Aseadín, Juan Bautista Iñarrea, Cesáreo Elgueta, Zacarías Haro, Manuel Torres y Etelviro Puchi. Bajo ese cielo intenso y luminoso evocan todas sus tierras del sur, sus nacimientos en territorios ajenos, trabajando duro hasta el cansancio imposible. Deciden quedarse para siempre. Cuando estoy en su casa bajo los frutales donde trabaja, me pregunta con vivo interés si yo tengo alguna idea de que en la Pampa de la Vaca ha vivido Enrique Millar junto a Lisandro y Jacinto Seguel. Y si he oído hablar de Crescencio Valdés, Crescencio Hernández o de Orozimbo Yáñez. 

Por la tarde es la abuela. Los cercos nevados, el techo completamente blanco. El frío insoportable y las manos azuladas. Cómo no, si todos ellos y los que he nombrado parecen héroes. Son, a todas luces, los héroes del silencio.

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Oscar Aleuy, autor de cientos de crónicas, historias, cuentos, novelas  y memoriales de las vecindades de Aysén. Escribe, fabrica y edita sus propios libros en un difícil trabajo. Ha escrito 4 novelas, una colección de 17 cuentos patagones, tra colección de 6 tomos de biografías y sucedidos y de 4 tomos de crónicas de la nostalgia, niñez y juventud. A ello se suman dos libros de historia oficial sobre la Patagonia y Cisnes. En preparación un conjunto de 15 revistas de 84 páginas puestas  en edición de libro y esta sección de La Última Esquina.
 

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