Esta crónica fue escrita como trabajo final del Taller de Escritura de No Ficción de la Escuela de Periodismo de la Universidad Austral de Chile, que dicta el periodista Rodrigo Obreque Echeverría.
El texto fue actualizado para su publicación en Grupo Diario Sur.
Texto y fotos de Germán Cortez Sarmiento
Es conocido popularmente como el Godoy y está ubicado en la calle Manuel Rodríguez de la población Corvi. Ahí, en el gimnasio del club de boxeo más antiguo de Valdivia, de lunes a viernes se reúnen jóvenes y adultos para entrenar de 19 a 21, horario sagrado que no se pospone por nada.
Son recibidos por los excampeones nacionales Raúl “Huasito” Álvarez y Juan “Lenguado” Araneda, quienes les enseñan los golpes esenciales de este deporte, como el jab, cross, hook y uppercut, y también a mover correctamente la cadera, la cabeza y los pies y la importancia de mantener la guardia -la posición de los brazos- siempre alta.
En los parlantes suenan éxitos en inglés de finales del siglo pasado, como Be my love, The Rhythm of the Night o The Summer is Magic, mientras los deportistas realizan el entrenamiento físico para luego pasar a entrenar con un sparring -los más experimentados- o a golpear el saco -los iniciados-, bajo la atenta mirada de sus profesores.
Un poco apartado del ring y de los entrenamientos queda la oficina de secretaría, sobre cuya puerta está pintada la frase “Los deportistas son bienvenidos a este club de box Arturo Godoy”.
El interior de la oficina está repleto de trofeos, repisas con torres de documentos, posters de antiguos boxeadores como Joe Louis o “Marvelous” Marvin Hagler y sobre todo fotografías de viejas glorias del club.
La secretaría es la oficina de los dirigentes. Ahí suele estar el presidente del Godoy, Héctor Arcos, un octogenario traumatólogo en retiro, quien por más 40 años ha sido dirigente del club y encargado de pagar cuentas, elaborar proyectos, evaluar el estado de los implementos y, principalmente, buscar rivales para sus pupilos.
“Comencé siendo el tesorero en 1984. En algún año de los 2000 habré pasado a ser presidente del club, pero ya me está quedando poco. Las energías no son las mismas. Yo creo que arreglo algunas cosas materiales importantes, como el piso del club, y me retiro”, dice Arcos.
El dirigente explica que el interés del club no es ganar dinero ni sacar campeones. Lo principal es evitar que los jóvenes que entrenan allí consuman drogas o alcohol y que se mantengan alejados de malas influencias.
Junto con enseñarles a boxear, les muestran un camino para enfrentar sus problemas, relacionarse con otros jóvenes del club y ponerse metas con el boxeo.
A la mayoría de los jóvenes no se les cobra por entrenar y los que pueden pagan $10 mil al mes. De vez en cuando, a quienes más lo necesitan, los dirigentes los apoyan con implementos deportivos.
“Somos un gimnasio del pueblo, entonces hay niños que tienen zapatillas rotas y el club les compra un par”, cuenta Arcos.
El veterano presidente recuerda con una sonrisa la historia de un joven que vivía en una población peligrosa y lejana al club.
“Este niño desaparecía de los entrenamientos por periodos. Le pregunté por qué no venía, si era talentoso. Me respondió que no le alcanzaba el pasaje para la micro. Entonces le arreglé una bicicleta que tenía en el patio y él muy emocionado me prometió dejar las malas juntas con las que tomaba y fumaba”, señala.
“Tiempo después, los papás del niño fueron al club a acusarlo conmigo. Le quitaron la bicicleta porque pensaban que él y sus malas juntas la habían robado”, relata.
La pasión de Arcos por el boxeo nació gracias a su hermano Humberto, quien fue presidente de la Asociación de Boxeo de Valdivia.
Su motivación por convertirse en dirigente fue inculcar a los jóvenes los valores del deporte y guiarlos en la vida.
Tras 40 años en esta labor, Arcos quiere dejar la presidencia cuando se apruebe el proyecto de remodelación total de la sede del Godoy, que espera fondos del Gobierno Regional para la construcción de un edificio nuevo y moderno.
Actualmente el gimnasio el club está en muy mal estado: paredes rotas, no hay calefacción, el piso está parchado con pedazos de tablas que provocan tropiezos y algunas partes están hundidas.
No es el inmueble que merece un club que tiene 60 años formando deportistas y es parte de la historia del boxeo valdiviano.
El Club de Boxeo Arturo Godoy, de Valdivia, fue fundado el 10 de marzo de 1967 en una asamblea de vecinos del sector Corvi, realizada en la parroquia Preciosa Sangre.
La naciente organización contó con el espontáneo respaldo del padre Ricardo, párroco de aquel entonces, quien apoyó sus pasos iniciales.
La primera directiva estuvo conformada por el presidente José Troncoso Jara, Armando Yanco como vicepresidente y José Dazmendrall de secretario. Troncoso se encargó de conseguir los terrenos en el sector Gil de Castro y los materiales para el gimnasio fueron donados por una constructora que realizaba arreglos en el hospital de Valdivia.
El club debe su nombre al iquiqueño Arturo Godoy, el máximo exponente del boxeo en Chile, quien pasó de pelear en los cuarteles militares iquiqueños a combatir en el mítico Madison Square Garden en Nueva York.
Fue campeón nacional y sudamericano, y en 1940 enfrentó dos veces a la leyenda estadounidense Joe Louis por el título mundial de la categoría peso pesado de la Asociación Mundial de Boxeo.
En la primera pelea perdió por fallo dividido. Nadie hasta esa fecha le había aguantado los 15 asaltos al “Bombardero” de Detroit.
El propio Arturo Godoy participó del acto de inauguración realizado en el Coliseo Municipal Antonio Azurmendy, dándole la bendición y buen augurio al club, pero sobre todo autorizando el uso de su nombre.
Con creces el Godoy tuvo buenos boxeadores, entre los que destacan grandes púgiles nacidos del club como sus actuales entrenadores “Huasito” Álvarez y “Lenguado” Araneda; además de Ricardo Araneda -el último boxeador chileno que participó en unos Juegos Olímpicos-, Héctor Carrasco y Marcelino Reyes, entre otros.
Incluso Martín Vargas, otro gran ídolo del boxeo nacional, entrenó en el club en algunas ocasiones durante 1984, encontrando duros sparrings que no temían pararse de igual a igual.
El boxeo valdiviano tomó relevancia durante los años 20 del siglo pasado gracias al apoyo de industrias locales y empresarios apasionados por el pugilismo.
Algunos de los clubes destacados de esa época fueron el General Yáñez del sector Barrios Bajos, Emanuel Vázquez de calle Guillermo Frick, Luis Vicentini de Avenida Pedro Montt, Quintín Romero del sector Collico y el Club Teja de la isla Teja.
El antiguo regimiento Caupolicán tenía un club de boxeo homónimo; en el barrio Las Ánimas estaba el club de boxeo Fernandito, pionero del deporte en su sector, y la comuna de Corral tenía también una escuela de boxeo.
Valdivia fue cuna de grandes boxeadores profesionales y amateur como Raúl “El Estilista valdiviano” Carabantes, campeón sudamericano peso pluma y welter en las décadas de los 30 y 40; Germán Pardo, aguerrido púgil de los 50; Gabriel Ulloa y la “Maravilla sureña” Juan Gual Nualart, que fue militar y boxeador con más de 400 combates amateurs, mientras que en los 70 destacó el ya mencionado “Lenguado” Araneda, que logró ser campeón sudamericano.
Actualmente estos clubes sólo son recuerdos de una época gloriosa y cuna de la izquierda valdiviana, que consistía en un estilo de lucha vistoso, rápido y ágil, caracterizado por combos fuertes y certeros.
Las delegaciones de boxeadores valdivianos que viajaban a otras ciudades a combatir llegaron a ser catalogadas por los medios de comunicación de la época como “un viento sureño que arrasó con los otros púgiles”, brindando espectaculares peleas especialmente con boxeadores de Iquique, ciudad que también tuvo grandes pugilistas.
El boxeo en Valdivia inició su declive en 1960 con el terremoto y empeoró luego de la instalación de la dictadura en 1973, debido al cierre de empresas que auspiciaban este deporte, a lo que se sumó un cambio en los intereses de la ciudadanía por practicar y presenciar otros deportes.
Antiguamente, la mayoría de los boxeadores eran obreros que no contaban con permisos especiales de sus jefes para entrenar, a pesar de que éstos apoyaban a los clubes.
Debían cumplir su jornada laboral, como todos, y cuando los demás se iban a su casa, ellos se dirigían al gimnasio para ponerse los guantes y entrenar.
Juan Gual Mesas, hijo del mencionado Gual Nualart e histórico comunicador deportivo valdiviano dice que antiguamente ser boxeador amateur era más complicado, ya que no existía tanta protección para un deporte de alto impacto para el cuerpo.
Los guantes eran distintos, las peleas eran a 15 rounds y no a 12 como ahora, no se usaba cabezal y había veladas de boxeo muy seguido, lo que les provocaba problemas de lucidez. Tampoco se trabajaba el aspecto psicológico, por lo que muchos deportistas se iban de fiesta con el dinero que ganaban y estaban más expuestos a las adicciones.
Con pocos recursos económicos, el Godoy sigue dando pelea día a día para subsistir y contra la burocracia que alarga la tan ansiada remodelación del recinto. Sus ingresos se reducen a aportes de terceros y a las cuotas mensuales que pagan algunos de quienes entrenan allí, que sirven para pagar la luz y el agua.
Muchas veces, los dirigentes del club han tenido que pagar ellos mismo los gastos y lo seguirán haciendo con tal de que los jóvenes tengan un lugar para aprender a boxear y a enfrentar las dificultades que les presentan sus vidas.
Son cientos de niños y adolescentes los que han llegado al Godoy con sueños distintos, algunos motivados por su atracción por el boxeo, otros para aprender a defenderse, otros para desconectarse del día a día.
Uno de ellos es Matías Cortez, de 17 años, actual campeón nacional juvenil en la categoría de 75 kilos, quien llegó a entrenar al club siguiendo el ejemplo de su hermano y para dejar atrás malos ratos o preocupaciones del colegio.
“No me importa si hace frío o está lloviendo y tengo los pies mojados. Me encanta el deporte”, dice.
El Godoy es un club donde nacen los sueños de muchos jóvenes como Matías y en el que los dirigentes y profesores trabajan con mucho entusiasmo y cariño por ayudarles a cumplirlos.
El sueño actual de Matías Cortez es ser campeón sudamericano, tal como lo fue su profesor “Lenguado” Araneda.
El Godoy es también un club en el que se enseña con el ejemplo.
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