La bahía de Corral estaba ante sus ojos, era la primera visión de lo que sería su nuevo hogar. Atrás quedó Alemania con sus revoluciones políticas e inestabilidad social y económica. Habían llegado al nuevo mundo.
Tras más de 120 días de navegación el Herrmann atracaba en el puerto donde 30 años antes Lord Thomas Cochrane se lo había arrebatado a los españoles y conquistado para la República de Chile en el contexto de la Guerra de la Independencia. Más allá del estuario, adornado de una vegetación que casi recordaba a la Europa central, estaba la ciudad de Valdivia, una ciudad rodeada de ríos.
Valdivia y esos ríos era nostalgia de la tierra abandonada, pero también era promesa de vida y prosperidad.
¿Por qué no hacer de esta ciudad americana una nueva patria que les recordara a su Alemania? Voluntad no les faltaba.
Fueron 82 los colonos europeos –entre alemanes y suizos- que llegaron en el Herrmann y era la más numerosa presencia de inmigrantes que llegaban al sur chileno, un 15 de noviembre de 1850, según cuentan las crónicas de Vicente Pérez Rosales en el siglo XIX y consideradas después por el padre Gabriel Guarda en sus textos de historia valdiviana.
No fueron los primeros. Antes, el 18 de febrero de 1846, zarpó de Hamburgo el Catalina, llegando a Corral, no sin antes sufrir un viaje marcado por tempestades que afectaron al bergantín, enfermedades a bordo y la muerte de cuatro de sus pasajeros.
Viajar desde Europa a América no era precisamente un crucero de placer en el siglo XIX.
Pero, ¿por qué los alemanes viajaban a Chile? Hubo dos situaciones que facilitaron el inicio de la colonización.
Primero, Alemania no estaba constituida como un estado, más bien lo que hoy conocemos como Alemania estaba conformado por varios estados que en marzo de 1848 entraro en una revolución que buscaba una unidad nacional alemana.
La era de los nacionalismos surgía fuerte en Europa, primero con la revolución francesa de 1848 y le siguió el estado alemán de Habsburgo desde donde se propagó por el resto de los estados germánicos en oposición al absolutista Imperio de Prusia.
En 1849 los rebeldes fracasan en su intento de lograr la gran Alemania, por eso muchos de ellos decidieron dejar el país para evitar persecuciones, entre ellos estaba un farmacéutico y ex diputado de la sureña ciudad de Calau, Karl Anwandter Fick, que a su llegada a Chile adoptaría la traducción hispana de su nombre, Carlos.
El segundo factor fue el inicio de la política del gobierno chileno de atraer inmigrantes europeos para ayudar a la colonización de la zona sur. Los requisitos eran ser agricultores, tener conocimientos industriales y profesar la religión católica, aunque este último requisito casi no se respetó.
Se solicitó al naturalista alemán Bernardo Philippi reclutar a eventuales colonos para que viajaran a Chile. En 1844 Philippi formó una sociedad con Ferdinand Flindt, un comerciante alemán de Valparaíso, quien también representaba a Prusia como cónsul, y con su apoyo compró tierras en Valdivia y al sur del Río Bueno para ser entregadas a futuros inmigrantes.
Así fue que en 1846 llegan los pasajeros del Catalina, los primeros alemanes que llegaron al sur de Chile.
Según el diario de viajes de Carlos Anwandter, recopilado en un libro cuyo título es De Hamburgo a Corral, el Herrmann salió del puerto alemán de Hamburgo un 8 de julio de 1850 con destino a Chile.
De puño y letra el noble alemán describe cómo los mareos afectaron a gran parte de los pasajeros salvo a 12. “Describir este horrible estado no vale la pena. La muerte me habría parecido como un gran alivio de este insoportable estado… El asco que se siente ante cualquier alimento es tan monstruoso que me producía tormento si escuchaba a otros hablar de comida, de tal manera que habría preferido tirarme al mar antes que tocar cualquier comestible”, cita Anwandter.
Pero no todo es malestar, pues los atardeceres cautivan al farmacéutico y lo hacen soñar y sacar su lado de poeta.
En su diario escribe: “La puesta de sol es todos los días diferente, pero siempre maravillosamente bella… El sol se ponía detrás de ligeras nubes, mientras que frente al sol ya brillaba la luna llena. Todo el cielo hacia el oriente estaba sumido en el más hermoso rosado y sobre este fondo flotaban pequeñas nubes en linda formación, coloreadas de blanco, gris y verde, entre las cuales fluía la brillante luz de la luna llena… Hasta los pasajeros mareados se mantienen alegres sobre la cubierta para admirar el espectáculo”.
Los tripulantes tenían agua potable del río Elba, pero sólo la recibían los pasajeros de cabinas, mientras que los de entrecubierta recibían aguas de otros barriles que con el tiempo tenía mal sabor.
Anwandter relata que la carne y el arroz en el Herrmann a los pocos días estaban en mal estado y varios pasajeros lanzaron su menú por la borda, por lo que gran parte de la comida que los acompañó fueron legumbres y carne de cerdo.
El sitio de recopilación histórica de Julio C. Avendaño www.historiadevaldivia-chile.blogspot.com destaca que en otro diario de viaje, esta vez del colono Teodoro Körner, la tripulación del Herrmann logró pescar a un tiburón joven.
El capitán Simonsen le cortó la cola con un cuchillo, otros marineros le pusieron un palo en las mandíbulas para que no mordiera a nadie y le abrieron la cavidad abdominal. La carne fue cortada y distribuida entre los pasajeros. La consigna simplemente era matar o morir.
Körner añade que a la altura del Cabo de Hornos ya no se disponía de agua y sólo se entregaba té a la hora de las comidas, lo que en ningún caso calmaba la sed de los viajeros.
A bordo del Herrmann se trabaja constantemente en la limpieza, se juega a las cartas y se hace clases a las niñas y niños, se toca música y se baila.
Siempre en el sitio web de Julio C. Avendaño se consigna de celebraciones a bordo, una de ellas fue la celebración de los 25 años de matrimonio de Carlos Anwandter y su esposa Emilie Fänhdrich, a la altura de las islas Falkland (Malvinas).
También se menciona el matrimonio entre el ciudadano de religión judía Johan Jakob Keller y la viuda Pauline Metzdorff, de religión cristiana. Ambos fueron casados por el capitán del Herrmann.
En ambas ceremonias los viajeros sacaron sus mejores vestimentas y en el caso del matrimonio se sirvieron jamones cocidos y mucho vino.
Fueron 66 los navíos que viajaron desde Hamburgo entre 1846 a 1875 con colonos alemanes, de los cuales 46 llegaron directamente al puerto de Corral y Valdivia, 14 a Puerto Montt y seis a Valparaíso.
La mayoría de estos bergantines pertenecían a la firma Jean Caesar Godeffroy et Fils de la que Guillermo Frick era agente en Valdivia.
Varios alemanes vivieron nacimientos a bordo como también funerales o matrimonios.
En el diario de viajes de Teodoro Körner en el Herrmann se describía la solidaridad y ánimo de estos colonos. Señalaba que no se iban tristes de Alemania y que se despedían de la patria entonando sus cantos típicos, canciones que los acompañaron durante todo el viaje y que les infundían ánimo para soportar incomodidades.
Cuando el Herrmann llegó a Corral fueron recibidos por el agente de colonización Vicente Pérez Rosales y Carlos Anwandter le leyó el famoso discurso de las intenciones de estos colonos: “Seremos chilenos honrados y laboriosos como el que más lo fuere, defenderemos a nuestro país adoptivo uniéndonos a las filas de nuestros nuevos compatriotas, contra toda opresión extranjera y con la decisión y firmeza del hombre que defiende a su patria, a su familia y a sus intereses. Nunca tendrá el país que nos adopta por hijos, motivos de arrepentirse de su proceder ilustrado, humano y generoso”.
Con la llegada de los 82 viajeros partió en serio la colonización alemana en Valdivia, Río Bueno y Osorno y posteriormente vino otro desafío mayor, la colonización de la cuenca del lago Llanquihue, dando origen a ciudades como Puerto Montt, Puerto Varas, Frutillar o Llanquihue, entre otras. Esa ya es otra historia para contar.
El legado industrial y cultural de los descendientes de estos colonos en el lapso de 170 años marcó una identidad en el sur de Chile que sigue vigente, integrada a la sociedad chilena, pero con ribetes característicos de la vieja patria europea.
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