Por Marcelo Patroni Prado, periodista
Era una tarde de mayo de este año, cuando un silencio denso se apoderó del auditorio en una casa de estudios superiores de la ciudad.
En el marco de un conversatorio sobre solidaridad, Eduardo Correa, presidente de la Fundación “Cambiando destinos”, y egresado de la red de residencias del ex Sename, formuló la siguiente interpelación a la audiencia, conformada en su mayoría por estudiantes veinteañeros, que aún vivían bajo el techo de sus padres:
“Qué pasaría con ustedes, si al cumplir los 18 años, su mamá o su papá les dijeran: como ya son mayores de edad ahora pueden valérselas por ustedes mismos, así que a contar de mañana se van de la casa”.
La pregunta caló hondo en los asistentes, puesto que dejó al descubierto la dura realidad que viven los adolescentes que son usuarios del servicio que ahora se llama “Mejor niñez”, quienes deben abandonar el sistema al cumplir los 18 años.
Esta es la historia del expositor que dejó con un nudo en la garganta a un grupo de estudiantes universitarios.
Julio Eduardo Correa Vera, 42 años, nació en Valdivia. Su madre lo abandonó cuando apenas tenía seis meses de edad y lo dejó al cuidado de un tío abuelo, que sufría de esquizofrenia.
En esos años llegó al Hogar Luterano, ubicado en el sector Corvi, de Valdivia.
Los encargados del lugar se dieron cuenta de que el pequeño era maltratado. “Toda mi primera infancia la viví en ese lugar, y la gente del hogar hizo la denuncia. Llegó una citación a la casa y en el Juzgado de Familia me derivaron a un COD (Centro de Observación y Diagnóstico) en Puerto Montt”, comenta.
Salir de Valdivia fue traumático para Eduardo, ya que a pesar de vivir con una persona que no tenía las condiciones para cuidarlo, al menos estaba con alguien que era su pariente y con quien se sentía en familia.
“Nunca entendí por qué la jueza me mandó a ese lugar. Era como una cárcel de menores. Todo estaba enrejado, no era un hogar", dice.
"Yo tenía seis años y perdí la noción del tiempo respecto de cuántos años estuve allí en condiciones que ningún niño quisiera vivir: solo, sin conocer a nadie, con miedo. Lo pasé mal en Puerto Montt”, comenta.
Al recordar, Eduardo todavía se emociona y durante la entrevista es recurrente que se quiebre, que le tiemble la voz y sus ojos se llenen de lágrimas. Una señal clara de que las heridas del pasado aún están vivas en su memoria y al traerlas al presente se vuelven a abrir y a causar dolor.
En Puerto Montt estuvo tres años y luego partió a Chiloé, a la Fundación “Mi Casa”, en Castro.
Cuando tenía 12 años se escapó junto con un compañero y regresó a Valdivia. “Me fugué y regresé a Valdivia, donde mi tío abuelo. Tal vez porque quería volver a sentirme integrante de una familia", señala.
"El problema es que él me entregó a Carabineros porque veníamos robando desde Puerto Montt para poder comer. Estuve en la cárcel de menores de la Isla Teja. Fue una experiencia dura, traumatizante, no se la doy a nadie”, recuerda.
Posteriormente, Eduardo ingresa al hogar de la Fundación “Mi Casa”, en Valdivia, donde permaneció hasta que egresó de la red del Sename.
“Yo me identifico con la residencia de Valdivia, siento que ése es mi hogar, el espacio donde me sentí protegido, recibí afecto, es el sentido de pertenencia que tengo”, indica.
Consultado sobre el momento en que tuvo que dejar el hogar al cumplir la mayoría de edad, expresa que “es un miedo a cumplir los 18 años porque sabes que te tienes que ir”.
Al recordar ese momento sus ojos nuevamente vuelven a brillar. “Yo creo que fue una de las tragedias más grandes de mi vida porque no sabía qué hacer, dónde me iba a ir. No tenía muchas alternativas, porque era la calle o irme a la casa de una tía, pero no tenía ninguna cercanía con ella”.
Eduardo fue donde su tía, pero como no estaba acostumbrado a vivir en una casa y tener un concepto de familia, se sintió incómodo y rápidamente tomó la decisión de irse de ese lugar.
Partió a Santiago, con nada de equipaje y con un cerro de ilusiones, de encontrar su lugar en la vida y comenzó a trabajar. Ingresó a una cadena de supermercados y un supervisor le tomó cariño y lo ayudó a surgir.
“Me explicó cómo se trabaja en un supermercado. Primero comencé como bodeguero y de a poco comencé a mejorar mi situación. Cuando se abrió el Líder de Valdivia regresé, pero ahora llegué como jefe de sala”, relata.
Eduardo retornó a Valdivia cuando tenía 23 años, momento en que nació su hija Ignacia Antonia, que hoy tiene 19 años y estudia Derecho en la Universidad de Chile.
Al hablar de su hija, el rostro de Eduardo cambia, sonríe, denota alegría y se siente orgulloso por sus logros. “Mi hija ha sido un cambio tremendo para mí, fue un motor para seguir luchando, para salir de la situación en que estaba, para ver la vida de forma más próspera", cuenta.
"Ella vive en la casa de la tía que yo abandoné. Estoy muy contento con lo que ha logrado. Siempre pensé que podía ofrecerle algo mejor de lo que yo tuve”, relata.
Cuando Ignacia tenía seis años, Eduardo partió a Temuco para comenzar a trabajar en un Centro de Internación Primaria del Sename. “Siempre quise trabajar en el sistema para ayudar, aportar a los chicos, como una forma de devolver la mano”.
Después de algunos años, pidió su traslado al Sename de Valdivia para estar más cerca de su hija. Hoy día sigue prestando servicios en una residencia de Valdivia, donde trabaja hace casi 15 años con jóvenes vulnerables o privados de libertad.
Consultado sobre qué siente cuando escucha la palabra Sename, indica con un claro dejo de molestia: “Son 40 años en los que no se ha hecho nada por la infancia vulnerable de este país. Siento que hemos tenido un retroceso atroz donde el Estado perdió la oportunidad de entregar protección y resguardar la dignidad de los niños y niñas y jóvenes del Sename".
"Cuántos chicos de mi generación se perdieron. Hay algunos presos, otros muertos, y uno piensa que se podría haber hecho algo más por ellos”, comenta.
Un hecho que marcó un antes y un después en la vida de Eduardo fue la muerte de la pequeña Lissette Villa, de 10 años, quien falleció en 2016 producto de una "asfixia mecánica combinada con elementos de sofocación".
De acuerdo con antecedentes de la Fiscalía, la asfixia fue provocada por funcionarias del Centro de Protección “Galvarino”, de Estación Central, perteneciente al Sename, donde la niña se encontraba internada.
El caso provocó un gran revuelo nacional y, como consecuencia de ello, el año pasado se creó el Servicio Nacional de Protección Especializada a la Niñez y Adolescencia, que lleva como nombre “Mejor niñez”, y que reemplaza al Servicio Nacional de Menores (Sename) en materia de protección.
“Cuando muere Lissette, con un grupo de amigos de infancia comenzamos a ver cómo nosotros, a través de nuestra experiencia, podíamos ayudar a nuestros hermanos que todavía estaban en las residencias. Fue así cuando decidimos crear la Corporación “Cambiando destinos”, explica.
La organización “Cambiando destinos” nace el 29 de marzo de 2017 y cuenta con un directorio donde Eduardo es su presidente.
La entidad maneja un presupuesto austero, cuyos fondos son aportados por los socios, en su mayoría ex usuarios del Sename, y amigos de la Corporación. También reciben aportes públicos a través del Gobierno Regional.
Su obra más importante es la creación de la “Escuela de oficios y liderazgo”, donde participan cerca de 60 niños, de los 12 a los 18 años, que dependen de “Mejor niñez”.
Sus integrante trabajan de martes a sábado con la realización de talleres de Cocina, de Estética Integral y de Manufactura Avanzada en Madera, este último gracias a una importante donación de un privado.
La corporación funciona en un recinto ubicado en la calle Venados Sur, sector Mahuiza, que pertenece a la municipalidad y que fue entregado en comodato.
Consultado sobre qué quisiera para los niños que acuden a su escuela, Eduardo, emocionado expresa: “No quiero que los niños que hoy están en el ex Sename pasen por lo que tuve que pasar yo. Fueron muchas las frustraciones, las penas, la discriminación y los traumas que me tocó vivir”.
En estos momentos, los socios están trabajando en el diseño de un proyecto, que pretenden postular a fondos regionales, llamado “Casa tutelada de transición”.
Su objetivo es darle una oportunidad a los jóvenes que ya están fuera de las residencias o que están en proceso de dejarlas, para que tengan una alternativa donde residir y no tener que decidir entre la calle o irse a vivir con un familiar que no conocen.
Durante la entrevista, muchos niños y niñas de la “Escuela de oficios y liderazgo” se acercaron a conversar con Eduardo. Se nota que le tienen cariño y gratitud, a lo que él responde con igual afecto y cercanía.
Uno los ve y son niños como todos, sonrientes, inocentes, juguetones, pero cada uno arrastra una historia de abandono y carencias, que por lo general, son desconocidas por una comunidad mayoritariamente indolente frente a la infancia vulnerable.
Eduardo Correa, a través de la Corporación “Cambiando destinos”, realiza una labor encomiable que necesita el apoyo gubernamental para seguir funcionando y para sacar adelante la “Casa Tutelada de Transición”, para que nunca más un joven usuario del sistema de protección tenga temor de cumplir los 18 años.
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