Amalia soñaba desde pequeña con este momento. Desde la primera vez que le tocó reemplazar a su mamá en el fundo Arquilhue, en la comuna de Futrono, donde trabajaba la miel de abejas. A veces su madre tenía que hacer trámites o ir a reuniones en el colegio y ella iba en su lugar, envasaba, miraba, ayudaba y fue así, tal como dice ella, “le entró el bichito”.
Al terminar cuarto medio, Amalia no pudo seguir estudiando porque económicamente a sus padres no les daba el sueldo para pagar una universidad. “Sólo estudié el técnico en turismo, hice mi práctica y me enamoré. Me quedé siendo dueña de casa en el mismo fundo donde trabajaba mi papá, porque ahí trabajaba mi esposo también”, explica esta emprendedora y actual ganadora de cinco millones de pesos tras postular al concurso Impulso Chileno.
Madre de tres hijos, la mayor de 18, otro de nueve y el menor de siete años. Sin embargo, su vida cambió cuando su hijo Matías, el del medio, nació con una deformidad en el pie, llamado “pie bot” donde la extremidad se encuentra torcida o invertida hacia adentro y hacia abajo. “Entré en depresión con tanto viaje y operaciones. Después le pillaron displasia de caderas. Luego, un problema a la vista. Llegó un momento que no me interesaba nada, veía que todo era negro, no veía posibilidades de salir adelante”, relata Amalia.
Una etapa que cree crucial en su vida para su reencuentro personal y finalmente lograr salir adelante. “Un día hace seis años atrás, me paré, miré la naturaleza, que acá es hermosa, y dije: tengo que salir adelante. Además, el sueldo de mi esposo no nos alcanzaba porque tenía que viajar con mi hijo todas las semanas a Valdivia”.
INICIOS
Con una plata que Amalia tenía ahorrada para emergencias y con ayuda de su marido, Victor Hugo Salas, se involucraron en el mundo de la apicultura. En un comienzo su marido no estaba muy convencido de esta proeza porque vivían en un fundo privado y podrían no aceptarlo. Pero para Amalia, en ese minuto, nada importaba: “fue una oferta de un caballero que vendía los núcleos baratos porque se quería deshacer de ellos. Yo tenía que ocupar mi mente en algo, me sentía inútil. Finalmente mi esposo me apoyó y compramos 10 núcleos, que para empezar es poco, pero por algo había que empezar”.
Para ese entonces hubo de invertir en cámaras de cría y hacer los cajones. Se compraron tablas, tornillos y las herramientas básicas. El primer año fue pérdida, lo que significó el desánimo de Víctor Hugo, pero no del de Amalia que decidió inyectarle más capital. Al segundo año, cosecharon 200 kilos de miel. “Para mí fue excelente, me hice 400 lucas, lo recuerdo hasta el día de hoy. Compré remedios para que no se me mueran en invierno y empecé a crecer”, cuenta orgullosa la emprendedora.
La miel de esa cosecha fue comercializada entre los mismos vecinos y la madre de Amalia que ya no vive en el fundo. Para Amalia, que ya considera este oficio como su pasión, dice que se diferencia de su competencia porque es minuciosa, para ella es fundamental entregar la miel muy limpia y bien envasada. Además, es natural porque no contiene químicos ni colorantes.
Con el paso de los años, ha seguido creciendo y ya cuenta con 50 cajones, obteniendo una cosecha de 1150 kilos el verano pasado. Para venderlos, salió a la calle que pasa por el fundo donde viven, puso un pequeño puesto y en sólo media hora ya habían vendido 23 kilos de su producto. “Ahí está la papá, dije. Yo también soy artesana, hago lámparas, telas mapuche, murales, mermelada, hago de todo lo que puedo pillar para fabricar y empecé a vender todo. Todas las tardes me iba a parar ahí donde pasan muchos turistas y lo vendía todo”, relata la apicultora. “Ahora mi marido anda con una sonrisa de oreja a oreja porque las ganancias están buenas”.
De igual manera, la producción de Amalia es artesanal y no cuenta con resolución sanitaria para la comercialización de su producto. Además, para seguir creciendo, necesitaría de una sala de cosecha móvil, dado que el terreno en el que vive no es suyo. Es por esto que ve con muy buenos ojos el segundo lugar obtenido en el concurso Impulso Chileno, que además de cinco millones de pesos le entregará una mentoría por seis meses con especialistas de la Escuela de Administración de la UC.
GANADORA
“Al principio, no estaba muy segura de postular porque cada vez que trataba de hacer alguna postulación en la Municipalidad de Futrono me preguntaban si el terreno era mío y como no era mío no me dejaban y me frustraba”. Y no fue ella quien inició las trámites. Su madre, junto a una chica que había participado el año anterior, ingresaron sus datos y postularon a Miel con Amor. “Después me avisaron que quedé adentro y me dijeron que ahora era mi turno. Yo no lo podía creer. nunca me lo imaginé… y era verdad”, relata emocionada.
Según cuenta Amalia, el día de la exposición frente a todos los ganadores de Impulso Chileno estaba muy nerviosa. “Con lo que dije logré obtener 5 millones. Más que feliz y agradecida con todo el equipo. Es una inyección bien importante para mi emprendimiento. Yo de a dónde… tengo una hija que quiere estudiar en la universidad, tiene que irse a la ciudad. Y la idea es que ella siga adelante, yo no quiero que a mi hija le pase lo mismo que a mí”, concluye la apicultora.
Impulso Chileno es un concurso de emprendimiento patrocinado por la Fundación Impulso Inicial, de Andrónico Luksic Craig y su familia, en colaboración con la incubadora Socialab y la Escuela de Administración UC. ¿Su objetivo? Apoyar a los emprendedores chilenos que tengan una idea o negocio para sacar adelante sus proyectos. En su segunda versión, el concurso premió a los 60 seleccionados finales; los 20 primeros lugares recibieron $10 millones, los 20 que les secundan recibieron $5 millones y los 20 terceros fueron beneficiados con $3 millones en financiamiento para su proyecto y apoyo de expertos durante 6 meses. Impulso Chileno recibió más de 5.000 postulaciones, de las cuales se obtuvieron 200 semifinalistas. El 15 de octubre se dieron a conocer sus 60 finalistas. La final se llevó a cabo el viernes 9 de enero de 2020.
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